El terror puede tener muchos rostros o ser parte de diversas circunstancias. Era viernes y algunas personas se acercaron a una parada de la Metrovía para trasladarse a sus casas o al destino elegido.

Esa estación, denominada Universidad de Guayaquil, recibe normalmente la afluencia de miles de estudiantes universitarios y menos usuarios comunes.

Ese viernes, pasadas las 22:00, la parada tenía gente de edades variables que esperaban trasladarse, sea para el centro de la urbe o hacia el norte.

De pronto, un griterío rompió la quietud del sitio. “¡No los dejen pasar!, ¡no los dejen pasar!”, “cierren las puertas”, se escuchó.

Se trataba de unos 60 o más furibundos hinchas, supuestamente de la barra Sur Oscura, de Barcelona, quienes saltaron por encima de los torniquetes y abusivamente entraron a la parada como “perico por su casa”.

Algunos de ellos poseían palillos afilados usados en la venta de chuzos, mientras la seguridad del sitio estaba a cargo de un solo guardia. La paz se transformó en caos y peor aún en miedo general. Las personas se apretaron contra las puertas de vidrios como buscando hacer más espacio a los invasores y gemidos de pánico surcaron el pesado ambiente. Los hinchas, como disfrutando el momento, se paseaban de aquí para allá.

Por los exteriores, en las veredas, otros del mismo grupo correteaban como si persiguieran a alguien o se disputaran un trofeo. Después se oyó una sirena, pero era solamente una moto policial que nunca se detuvo. El mal momento no terminaba y en medio de la crisis llegó una Metrovía a la cual se embarcó, por la última puerta, una parte de los incómodos visitantes.

Otros optaron por salir de la estación. Los usuarios se miraban unos a otros evidentemente angustiados porque sus expresiones los delataban. Todos se preguntaban sin hablar, ¿qué debe hacerse en casos así, cuando se está a merced de quienes no tienen respeto por nada y no existe protección mínima? Es necesario tomar medidas al respecto. (I)