Un sombrero de ala ancha protege su rostro sin una pizca de maquillaje y lleno de pecas. Semioculta, también, unos ojos pequeños y de un azul profundo.

El vestido floreado, ancho y talar (hasta los tobillos) oculta un cuerpo que se adivina delgado bajo la tela.

“La mujer debe vestir con modestia para no alimentar la lujuria masculina”, dice Emilia cuando se le pregunta la razón del atuendo que usan las fieles de la iglesia de los Testigos de Jehová.

Los zapatos bajos y cómodos que usa le sirven para soportar los largos desplazamientos que realiza. 

La muchacha, que responde con timidez que tiene 22 años, se muestra tenaz a la hora de propagar sus creencias. Insiste a la hora de tocar la puerta o accionar el timbre de las casas que visita.

“Las personas se ocultan ante la verdad de la palabra, pero es mi deber y el de mis hermanos llevarles la luz del Señor”.

Cuando logra que alguien la reciba, repite casi de memoria textos completos de la Biblia y no duda en insistir en la veracidad de sus aseveraciones.

De lunes a viernes se dedica a su trabajo como asistente contable en una empresa de fabricación de plásticos y a sus estudios de administración de empresas.

Los sábados son para ayudar a su madre en el arreglo de la casa, compras para el resto de la semana y tiempo para sus amigos de la iglesia.

El domingo -dice- está dedicado totalmente al Señor. Empieza con la asistencia al templo y luego camina por las calles de la ciudad buscando “acercar almas al camino del bien”.

Asegura que no le asustan las negativas ni las malas caras que encuentra durante sus caminatas, pues se considera una misionera y entiende que los designios divinos “se cumplen atravesando la puerta angosta, no la ancha”.

Señala que la incomprensión para sus creencias no las tiene que soportar únicamente en las calles, sino también en el trabajo y en la vida diaria. Pero a ella no le importa y cumple su tarea. (I)