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El Telégrafo
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La cascada Arcoíris es una entidad con vida propia

La cascada Arcoíris es una entidad con vida propia
Foto: Néstor Espinosa / El Telégrafo
13 de enero de 2019 - 00:00 -

Si algún nombre está bien puesto ese es el de la cascada Arcoíris, ubicada en la provincia de El Oro, a 14 kilómetros de la cabecera cantonal de Portovelo.

Por las tardes, aquí nace ese fenómeno óptico que muestra los siete colores básicos, que cautiva a todos y que se observa en el horizonte desde largas distancias.

En este caso, sin embargo, lo correcto es decir que el sitio está lleno de pequeños arcoíris que se forman por las entradas de luz que golpean contra el rocío que causa la caída del agua.

Se trata de un monumento natural con vida propia porque advierte si el invierno será lluvioso o el verano seco; si es prudente adentrarse en el río o mantenerse en la orilla; y además sana porque sus aguas tienen poderes curativos y antiestrés. Este apacible espacio de recreación familiar incluso guarda secretos como el del túnel, tras la caída de agua.

Los campesinos lo consideran un sitio fantástico, así como a otros de la zona, como la ciudad perdida de Plan Grande, ubicada 16 km al noreste, o el centro histórico de Zaruma, 20 km al noroccidente; o la mina más grande de Sudamérica, situada en Portovelo, 14 km al occidente.

Son las doce del mediodía y el sol en la carretera golpea de forma inclemente sobre la espesa vegetación.

Cuarenta escalones barranco abajo, desde la orilla de la vía, y luego de cruzar un pequeño puente colgante, entre árboles de higuerón, macomaco, mango y pomarrosas, aparece un santuario lleno de flores silvestres de todos los colores: hongos blancos cuyos sombreros de pliegues se asemejan a figuras perfectas del arte japonés origami, hojas de todas las formas y sobre todo cientos de mariposas amarillas gigantes que revolotean por las orillas del río.

El ruido del golpe de la caída de agua de 14 metros genera paz interior. El agua de la laguna es verde, irresistible.

No hay turistas, es sábado, día de feria en la cabecera cantonal, de modo que 14 kilómetros adentro, en el campo, la tranquilidad solo es interrumpida por el canto de los pájaros, el cacareo de las gallinas de la única casa cercana y uno que otro vehículo que baja de la sierra lojana para hacer mercado en Portovelo.

Una pareja con sus dos pequeños hijos y su mascota son los únicos que en ese instante se refrescan. En otros tiempos, esta era época de lluvias intensas, ríos crecidos y frío, lo que obligaba a llevar abrigo.

Hoy el calentamiento global ha alterado todo, incluso las plantaciones de cítricos cercanas que están floridas, algo anormal a juicio de agricultores como Manuel Espinosa.

La cascada Arcoíris se hizo popular a mediados del 2000, cuando desesperados buscadores de oro carcomían terrenos y fincas de la zona, ante la ausencia de sus dueños que migraron a las ciudades desde la década del 70.   

La caída de agua, sin embargo, ha estado ahí desde tiempos inmemoriales.

Los habitantes del barrio en el que está ubicada, Loma Larga, la conocen desde siempre como La Chorrera, pero no la explotaron por su difícil acceso. Con llegada de la vía carrozable, sus incontables ampliaciones, y los derrumbes constantes se acumularon tierra y rocas en la ladera, lo que facilitó su acceso, cuenta Yaqueline Espinoza, teniente política de la parroquia Curtincápac, jurisdicción que incluye el barrio Loma Larga.

Marco Chuncho, agricultor del sector, reconoce que en su infancia nunca llegó a la cascada, pese a ser nativo de Loma Larga.
“Siempre supe que estaba ahí, pero no era fácil llegar”, manifiesta y cuenta que su papá y sus abuelos le contaron muchas historias sobre La Chorrera.

Una de las más populares entre los más ancianos es que cuando alguien lograba bajar hasta la laguna, en la boca del túnel -detrás del manto de agua- se encontraba con dos niños de piel oscura que desaparecían cuando el extraño entraba al río.

El túnel detrás de la cascada efectivamente existe y hay quienes consideran que era un santuario para ritos shamánicos de pueblos nativos prehispánicos. Otros creían que se trataba de un camino inca, de aquellos que esa cultura utilizaba para acortar distancias.

Esta versión ha sido descartada por los buscadores de oro, que confirman que el sitio no tiene más de 30 metros de longitud.
“Hoy es refugio de murciélagos”, dice Manuel Espinosa.

Al ser considerada una entidad con vida propia, la cascada Arcoíris es vista también por la población de la zona como una fuente de energía. Por ello, en las noches no es extraño encontrarse con gente realizando rituales shamánicos.

Javier González es el presidente de la Junta Parroquial de Curtincápac y confirma que en muchas ocasiones se han encontrado con personas realizando “limpias”.

“La verdad a estas personas no les gusta ser identificadas, por eso cuando llega gente extraña desaparecen”, comenta.

González reconoce que los ritos shamánicos no son ilegales; sin embargo, critica que muchas veces queden tirados en el sitio botellas y otros artículos con pócimas que se usan en las ceremonias, lo cual contamina.  

En el manto de agua, los visitantes también observan figuras humanas, de ahí que el rostro de una anciana sea percibido como la cara misma de la cascada y la guardiana del lugar. El poeta portovelense Roy Sigüenza sonríe y destaca que la gente ve lo que quiere. “En todo caso, es un sitio maravilloso”, sentencia.  

El escritor Wilman Ordóñez, de visita en la cascada Arcoíris, cree que se trata de un espacio para curarse, para estar alerta y ser consciente sobre las fragilidades humanas. “La mente se aquieta, el cuerpo renace y sus aguas son energizantes”, reflexiona.
Son las 14:00, la feria en Portovelo termina.

La gente busca un sitio para refrescarse. La pequeña explanada al costado de la carretera está repleta de carros, mientras que por los escalones que llevan hasta la cascada bajan hileras de visitantes en búsqueda de la ansiada paz. (I)

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