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El Telégrafo
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Cuando la noche trae nostalgias y nuevas bendiciones

Cuando la noche trae nostalgias y nuevas bendiciones
26 de junio de 2011 - 00:00

Sale de su casa convencida de conquistar el mundo… pero el mundo de un caballero. Faltan dos horas para la medianoche quiteña, por lo general siempre helada y por eso casi desiste. Sus tacos  caminan solos y no hay vuelta atrás. Entonces entra al Mal Santiguado. Avanza hasta una mesa. Pide la carta al mesero. Coloca su abrigo en el espaldar de la silla. Su mirada busca a quien la  invite a una conversa sabrosa.

Ha vivido todo lo que cuenta Isabella Santo Domingo (Los caballeros las prefieren brutas). Tras un matrimonio que se llevó 12 años de su juventud, dejándole un hijo; por un noviazgo que no germinó y meses de reclusión por incredulidad en promesa masculina alguna, hoy vuelve al ruedo, a la vitrina pulcra y rojo carmín de las solteras, con la frente en alto y 34 años descontados de su cuenta en el tiempo.

26-06-11-cronica-baile-en-el-bar-mal-santiguado-momento-ambiguoAl ritmo “cortavenas” y del “Solo cenizas hallarás” olvidó cómo conquistar: “Es difícil hacerlo, uno pierde la destreza, como cuando deja de manejar bicicleta”, piensa. Y no es falso puritanismo. Es sentido común. A los 20, las mujeres tienen un poder natural de selección del hombre que quieren. Y lo consiguen. A los 30 y tantos, las cosas se complican en el Ecuador, porque en España, las cosas son diferentes, le dirían que es una “chavala” y le gritarían guapa  en cada esquina.

Siente que la competencia femenina más joven es muy fuerte, más agresiva: “Y los hombres sin novia, esposa o “amiga con derechos” son escasos y, además, cuentan con una poderosa arma: saben que a esta edad, entre joven y maduro, los que deciden son ellos, tal vez por el bodegaje de experiencias adquiridas o simplemente porque así lo quieren. A veces presumidos dicen que no envejecen, que en el caso de los hombres solo se añejan con el tiempo”.

Recuerda que su hermano mayor, soltero, por supuesto, le pide que ya se quede quieta. Hacerlo, para él, significa que se dedique por completo a criar a su hijo, como una mujer de su casa. Que un hombre busca a las más jóvenes para casarse y formar familia, que ya lo acepte. Da igual lo que diga ¿Y quién le hace caso? piensa.

Toma un sorbo de la margarita. Su mirada se cruza con los ojos negros y diminutos de Fernando. Se atasca en sus pensamientos, pero igual, sonríe. No sabe si esperar un “hola, ¿está ocupado este asiento?” o acercarse y saludar primero. Espera, y espera, estudia al rival, pero el primer round no sucede.

Se levanta, va al baño y se analiza de pies a cabeza: retoca el maquillaje, cepilla el cabello, arregla el pecho de su vestido, se mira a los ojos. Toda la parafernalia del cortejo está en su punto. Y se siente nerviosa, al punto de ganarle el deseo de devolver la merienda.

Diez minutos después ella sigue sentada con su margarita en la mano. Decide asaltar primero, con más miedos que certezas. Fija su mirada en Fernando, lo invita a sentarse junto a su mesa y él, claro, con una sonrisa a medias, acepta.

Fernando, de 45 años,  cabello rizado y abultado abdomen. Es clown de profesión, de ello vive, y de adicción, porque si no trabaja todo el día, todos los días, es infeliz. Lo reconoce.

Se casó muy joven, sus 19 años de matrimonio fueron asesinados por su asfixiante rutina laboral. Aunque con eso construyó su primera casa. Más que por dinero trabaja por reconocimiento. Su agenda está copada de citas laborales con un mes de adelanto, de lunes a domingo: da clases en un colegio particular, enseña natación, expresión corporal, es animador de fiestas infantiles y ensaya sus obras de teatro por las noches.

Si eres bueno la gente te reconoce por eso, te busca  y te sientes bien. Y es bacán tener más contratos, sin darse cuenta de que uno se sigue atando más y más. Vas perdiendo la vida. Aunque yo disfruto con los niños. Pero ya no había tiempo para la familia, para la esposa, las hijas. Ahora cada uno por su lado, le cuenta a la mujer que lo invitó a su mesa.

Con su actual novia vive desde hace cinco años y también piensa separarse. La pelea es por más tiempo, espacio y a medida que pasan los días es más fuerte la bronca.

26-06-11-cronica-muchos-van-al-mal-santiguado-por-tranquilidad-y-platicaCada uno debe tener su independencia, su espacio. Al principio ella me acompañaba, le encantaba lo que yo hacía, así me conoció y me aceptó, pero ahora ha cambiado de actitud, impone. Y llegó un momento en que me dijo que ella hacía todo lo que yo hago. Eso dolió.

¿Tal vez no has cedido espacio? le pregunta ella.

Sí lo hice, he cedido últimamente, ya no trabajo los domingos en la tarde, me gusta descansar, por ella, responde.
Bailan salsa, entonces, no como pareja coqueta, solo como amigos. Fernando no está seguro de separarse. Y ella sabe que esos procesos de desarraigo corporal y desilusión amorosa toman tiempo, porque lo que más duele no es la decisión de separarse, sino el darse cuenta de que se ha dejado de amar. Además, un buen partido nunca hablaría de sus ex novias, eso queda claro.

“Si es mío, vuelve”

Una pieza de vals ecuatoriano rompe el silencio de la pista de baile y nadie se anima a salir, solo una pareja cincuentona, que cada tiempo de vals lo marca con el paso etéreo y calculado, con ese estilo comparable a las bailarinas de ballet. Sus miradas, una sobre la otra, hacen mágicos aquellos tres minutos y arrancan aplausos de quienes los ven. Un beso cierra  la coreografía.

Viernes en la noche. El Mal Santiguado, poco a poco, ha copado su capacidad, hay buen ambiente, muchos aromas y varias miradas.

El show en vivo abre con baladas antiguas, la solista Gabriela Rodríguez interpreta desde temas del recuerdo hasta melodías actuales. El público, más el masculino, corea las letras a viva voz. Las parejas, en su gran mayoría pasadas los 40 años, se abrazan o se toman de las manos.

Letty López es la dueña del lugar, una mujer de 48 años en el mundo nocturno de los hombres. Hace ocho años soñó con un espacio discreto y bonito para gente adulta sola  o para las parejas que buscan compartir una noche de fiesta con sus hijos y sus novias, o viceversa.

Ella se divorció hace 18 años, “por incompatibilidad de caracteres”, dice y no da más datos. Pero en ese tiempo, el salir de su casa sola o con una amiga le daba mucho recelo y, a veces, coraje  porque sentía que la gente la miraba con un rótulo en la frente de “busco novio”.

Una de las cosas que me encanta de este lugar es que las mujeres solas pueden venir tranquilamente a conversar con sus amigas. Hay que romper el tabú de que una mujer u hombre solos, que salen en la noche, son personas que no valen la pena como para entablar una conversación, porque no es así, dice Letty.

Priorizó el bar a su vida personal y aunque tiene una pareja estable, acepta que es difícil mantener una relación, pues cómo tendría a su esposo: ¿Todas las noches ahí, sentado como un mueble o esperándola en casa?

Con este negocio es difícil tener una pareja. Ha sido sacrificado en mi vida sentimental y mi vida en familia. El mayor sacrificio es el tiempo de mi hija. Significa ceder en  los afectos, dice.

En el bar se viven historias con todo tipo de finales, desde pedidas de mano hasta relatos masculinos y femeninos de separaciones y divorcios. Letty no es partidaria de la disolución matrimonial. Cree que el alto índice de parejas que terminan su contrato nupcial se debe a la independencia económica de la mujer.

Avanzamos a mil por hora, pero no estoy de acuerdo, aunque soy una más. Cuando me cuentan que quieren divorciarse les digo que en pareja también tienen su libertad y no deben separarse para tener un día de esparcimiento con sus amigos. Siempre repito “si es mío, vuelve”, y salir de vez en cuando, cada uno por su lado, es una buena terapia.

Gabriela termina de cantar. El set de salsa, acompañado de uno que otro rezago del reggaeton, motiva a todos a bailar. En la pista no se ven las caderas agitadas y frenéticas de las y los jóvenes en plan de cortejo, al contrario, se encuentra sobriedad en el baile, de cuando se daban  las fiestas de la casa, con los abuelos, primos, tíos y la tía, que hasta su vejez es la más linda del barrio. Se encuentra la sensualidad del hombre mayor, de cabello blanco y camisa de terno, con el botón desatado hasta el tercer ojal.

Nada será suficiente

La “Negrita” Jenny y Ame saludan con abrazos prolongados, besos apretados y palabras cariñosas. Acomodan  un par de sillas y otras dos más por si acaso. Ordenan unos tragos, encienden unos tabacos. El ambiente en el Mal Santiguado fluye, como en esas películas románticas de Hollywood y -entonces- también la posibilidad de hacer uno que otro amigo. Tal vez suceda o quizás no. Los temas de su conversación son variados: desde las típicas anécdotas del trabajo hasta imaginar cómo  será “comerse a varios prospectos que nos rodean”. Luego llegan a la mesa esos recuerdos del pasado, de sus hombres pasados. Se detienen en ellos.

Divorciadas y felices chicas, dice Ame, ante la mirada no tan convencida de Jenny, quien, tras cinco años de vivir sola no comprende  cómo aquel hombre sigue metido, “cual parásito”, en su corazón y, a veces, hasta en su refrigerador.

Entiende, Jenicita, entiende que no existen los príncipes y menos él, que no tiene nada de azul. Ya deja el complejo de Cenicienta o le sumarás más puntos a tu mala salud, le increpa Ame y su amiga, con impotencia responde: No puedo. Y si un clavo saca otro clavo, yo necesito enamorarme de nuevo.

Ame le dice que el amor es un auto acto terrorista, es formar un Al-Qaeda personal y el detonante de la explosión es la tristeza, solo si te sientes culpable. Les dice a sus amigas que en el reino animal son las hembras las que escogen con quien debe perdurar la especie y que, a excepción de los leones, el macho es el proveedor de la camada. Pero en el caso de los humanos, ese ciclo natural se rompió con la independencia económica de las mujeres.

¡El rezago del maldito feminismo!... Pero igualito amiga, él se fue con una más joven y ya no le regreses ni a ver, dice Ame.

La “Negrita”, entre risa y tabaco, acota: Todo es una mierda en este tiempo. Hay que estar regia, tener maestría tras maestría, ganar un buen sueldo, estar siempre bien vestida, joven eternamente, delgada aunque tengas 40. Y al final, después de todo eso, igual se van con más jóvenes. No importa lo que nos esforcemos chicas, la competencia no tiene clemencia. Además cuando te divorcias tienes que dar el 50% de todo... solo los hijos no se dividen, y sigue riendo.

Es cierto Negrita, dice Jenny, -¿yo no sé a quién se le ocurrió que yo quería salir a romperme la espalda en un trabajo, en lugar de estar en mi casa, con mis hijas?

Insisto niñas, dice una y otra vez Ame, -esas son las hermosísimas herencias del feminismo, con ingredientes del machismo y sazón del consumismo. Nada será suficiente-.

La vida es como una escalera que hay que subir y muchos se quedan estancados en un escalón, porque saben que si avanzan, tarde o temprano uno de los dos se quedará, y ahí está la decisión de vida, porque si tratas de apretar el agua con el puño cerrado, escapará. Al contrario, si hundes la palma de la mano para formar una especie de hondonada, el agua permanecerá allí, dice Ame. Jenny cierra los ojos, mueve la cabeza al son del bajo de una canción ochentera y dice: Mejor vamos a bailar.

La noche nunca acaba, solo es una invitación para el reposo. Y las parejas se quedan a expensas de cada uno de sus deseos, siempre plenos.

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