La semana pasada, el periódico norteamericano Miami Herald reportó una noticia curiosa sobre violencia intrafamiliar. En el vuelo interno de Miami a Los Ángeles, frente a la mirada atónita de los pasajeros, una mujer se levantó de su puesto, cogió su computadora portátil y la estrelló contra la cara de su esposo. Imagino que más de un lector dijo para sus adentros, casi automáticamente y tratando de justificar a la agresora, qué habría dicho o cometido el esposo para merecer semejante golpe.
Y es que los actos violentos de las mujeres contra los varones, si bien no han tenido la legitimación social, han contado con cierta complicidad. Cierto feminismo ha tratado de sobreponer la violencia de género a la violencia intrafamiliar. Las dos son manifestaciones de la violencia generalizada que estamos viviendo.
Es probable que la violencia de género, es decir, aquella que se produce contra la mujer por el hecho de ser mujer, está escamoteando una problemática de una violencia soterrada y, por lo tanto, una violencia invisibilizada. Nos referimos a la violencia contra los hombres.
En el imaginario social, cuando se habla de violencia intrafamiliar, se la confunde con la violencia de género. La sociedad está desconociendo una realidad compleja y muy grave. El número de denuncias de violencia sufrida por hombres ha ido creciendo en los últimos diez años (4%). Sin embargo, no se equipara con el número de denuncias puestas por mujeres (96%).
Un estudio cualicuantitativo de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, sobre el fenómeno de la violencia intrafamiliar, develó que las cifras eran muy parecidas entre la violencia contra mujeres y contra varones.
El 53,6% de las mujeres y 46,4% de los varones eran maltratados por sus parejas. Por lo tanto, la violencia contra los hombres es un fenómeno social y hay que abordarlo. Negar esta problemática significaría negar los derechos de los varones. (O)