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El Telégrafo
Cecilia Velasco

Venezuela duele

24 de febrero de 2018

En una crónica de 1999, García Márquez exaltaba a Hugo Chávez, como había hecho año tras año con Fidel Castro. No obstante el espíritu laudatorio, al final, refería la sensación de que había hablado con dos hombres: “Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

Intelectuales y partidos de izquierda se han sentido atraídos por figuras mesiánicas de varones que provenían de la milicia o que muy pronto anteponían a su nombre títulos como “comandante”, lo que es extraño si se piensa en las jerarquías y autoridad militares, contrarias a la utopía comunista. Gabo, deslumbrado por líderes propensos a la retórica desbocada más que a la reflexión filosófica, quiso ignorar cuando Castro reprimía disidentes a sangre y fuego.

El crecimiento de Venezuela, incapaz de administrar racionalmente su enorme riqueza petrolera, trajo consigo masas desposeídas y carentes de educación, que se rindieron en brazos de la figura mesiánica de Chávez, símbolo del socialismo del siglo XXI, quien pronto se rodeó de privilegios inmorales, mientras su pueblo entraba vertiginosamente en la crisis económica.

Los informes de organismos como Amnistía Internacional dan cuenta de las irregularidades en Venezuela en el nombramiento de autoridades judiciales, las trabas para la participación de la oposición, la represión indiscriminada contra los protestantes, sobre quienes se ejerce también violencia sexual; el hostigamiento a líderes, las condiciones infrahumanas en prisión, así como la crisis sanitaria que pone en peligro de muerte a los más vulnerables: niños, mujeres embarazadas, enfermos crónicos.

La postura de la canciller y la vicepresidenta ecuatorianas exhiben una enorme incongruencia, pues muestran apoyo al gobernante de Venezuela, y no a su pueblo. El silencio frente a la violación sistemática de derechos humanos de millones de venezolanos, ordenada por Maduro, avergüenza a los ecuatorianos. (O)

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