En cualquier país la salubridad y el sistema económico deben gozar de buena salud -valga lo tautológico-, aunque para lograrlo se requieren afinar detalles de carácter sistémico; un haz de elementos alineados hacia un fin común, como las cuerdas de una fabulosa guitarra Gibson. El Director General de la Organización Mundial de la Salud dijo hace poco una verdad: “la salud y la economía son inseparables”, imagino, como el aire y la vida o, como el firmamento y las estrellas, por lo que sería errado concebir lo uno sin lo otro.
A veces olvidamos esta estrecha relación; pues el bienestar y los derechos cuestan plata, para esto el Estado define políticas, afina instituciones y regula el funcionamiento del sistema económico, la generación de inversión, producción, empleo, consumo e impuestos que financian al propio aparato estatal, incluido el sector salud. Se requiere planes de gobierno ajustados a la realidad, burocracia eficiente y confiable, amplios acuerdos y decisiones transformadas en leyes que favorezcan la seguridad, al tiempo que permitan a los agentes del mercado accionar esa maquinaria capaz de impulsar el desarrollo social.
Es hora de mirar más allá de la emergencia sanitaria, y de fortalecer la relación vital entre salud y economía; es tiempo de reinvención y reenfoque con el fin de transformar la situación actual. Hay que echar a andar el país canalizando recursos a los sectores prioritarios, sin la polilla de la corrupción. Requerimos de políticos éticos y visionarios, no de demagogos creyentes en que el dinero brota como hojas en los árboles, de la nada y sin esfuerzo de nadie; también de instituciones democráticas sólidas y de servicios que trabajen por el bienestar general. No es casual que economías más consolidadas hayan afrontado la pandemia con mayor éxito, es porque se preocupan desde hace mucho, especialmente, de su sistema de salud, de la investigación científica, y del capital humano de ese ámbito esencial. (O)