A inicios del siglo XIX el Reino Unido fue testigo de la protesta de Arnold, un pueblo cerca de Nottingham, la principal ciudad manufacturera del centro de Inglaterra. Los trabajadores textiles destruyeron al golpe de maza casi un centenar de máquinas de tejer en reproche a aquella tecnología que iba suplantando el trabajo manual. Pese al temor, la humanidad se aclimató a la “nueva normalidad” y aprovechó las ventajas que traía consigo “la técnica”: el abaratamiento del precio de la ropa y el aparecimiento de otras formas de trabajo hasta entonces desconocidas como la ingeniería textil y el diseño y la comunicación de la moda.
Reconoce don Alonso de Ercilla y Zúñiga en su obra “La Araucana”, que “el miedo es natural en el prudente” y agrega que “saberlo vencer, es ser valiente”. La pandemia cambió nuestros hábitos y lo que hasta hace poco era una tendencia hoy, por imposición, es una realidad: la disrupción digital. La tecnología es una fuerza incontenible y los algoritmos son mejores que los humanos en hacer tareas repetitivas y previsibles. Los consumidores de televisión han migrado a streaming y los canales de televisión, de a poco, a internet. Las videoconferencias, la telemedicina y el teletrabajo se han instalado en nuestra vida diaria sin mayor esfuerzo, las app traen el pan a la mesa y en las redes sociales se comercian productos y servicios de todo tipo.
Las plataformas digitales de peer to peer lending o préstamos entre particulares sin la intervención de una institución bancaria tradicional, al igual que el croudfounding o mecenazgo financiero, ocupan un sitial atractivo en el sistema financiero mundial. Y qué decir de la disminución progresiva del dinero en efectivo en varios países, una opción nada despreciable para sociedades en las que la corrupción es la noticia del día; en verdad: sería mucho más difícil hacer negocios ilícitos, sobornar o eludir impuestos.
La educación digital, en este siglo de constantes cambios y adecuaciones y la lucha contra la pandemia son la regla. Nos han obligado a hacer una reingeniería personal y volver a imaginar el futuro tal como lo hicimos luego de cada catástrofe o de cada revolución industrial. (O)
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