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El Telégrafo
José Vales

“La nueva anormalidad” policial

11 de septiembre de 2020

Muertos, centenares de heridos y la imagen irascible de la represión, le regaló Bogotá al mundo en las últimas horas. ¿La razón? La muerte de un abogado, Javier Ordoñez, bajo custodia policías en dependencias del Comando de Acción Inmediata (CAI), lo que desató violentas protestas que la misma policía apagó con más gasolina: a pura bala.

En Buenos Aires, hace ocho días, aparecieron los restos del joven Facundo Astudillo Castro, asesinado, según todas las evidencias por agentes de la Policía Bonaerense, que a lo largo de los 37 años de democracia acumula una larga lista de crímenes de este tipo y de lo que en Argentina se denomina: “Gatillo fácil”.

En el medio, miles de agentes de la “Bonaerense” se manifestaron desde el martes, contra el gobierno de la provincia y el nacional en reclamo de mejoras salariales.

A esa estructura putrefacta por donde se la mire, también la afectó el coronavirus. La caída de la actividad económica generó problemas de ingresos “extras” en todos los estamentos de la policía bonaerense.

Aun así, la protesta es vista como un pase de facturas políticas entre las diferentes facciones del oficialismo y de la oposición misma. En medio de la parálisis económica que azota al país y de los profundos desaguisados políticos que caracterizan al país.

Pero ya sea en Bogotá, en Buenos Aires o en Río de Janeiro, son pocas las excepciones de una policía, profesional, y de cuadros íntegros en Sudamérica. Como ejemplo a seguir ahí están los Carabineros chilenos, y no mucho más.

El tema de la seguridad se asemeja mucho al de Salud y al de educación. Si los gobiernos no invierten fuerte en esos sectores, si no se profesionaliza a las fuerzas, si no se les mejora las pagas y los beneficios legales, si la Justicia no se fortalece, es imposible creer que alguna vez podamos vivir custodiados por cuerpos policiales que en vez de caer en distintos tipos de delitos, se pueda confiar en ellos.

Y precisamente, no se trata de un mal de época, sino de una estructura perimida desde hace tiempos ya, que derivó en lo peor: en que las respectivas sociedades se acostumbren a convivir con ese flagelo, como si se tratara, al igual que el mundo post-Covid, de una “nueva anormalidad”. (I)

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