En el parque de San Marcos, al caer la tarde, una muchacha y dos jóvenes cantan un tema para los amores náufragos. Es aún ese Quito que conserva la esencia de barrio, en una urbe que tiene 80 km de largo por 5 de ancho y es como una sierpe de colores que se descubre cada día. En muchas ocasiones ha pasado que la ciudad ha crecido tanto que ha pretendido llevarse parte de la memoria de las comunidades, como Guápulo o Santa Clara de San Millán, donde ojalá aún sobreviva su afamada banda.
Volviendo a este barrio, por la calle Junín existen, además, excelentes posadas: desde antiguas casas coloniales convertidas en deslumbrantes hospederías hasta lugares más modestos, pero que igual tienen terrazas para mirar esa parte de la ciudad dominada por las iglesias. Están las tiendas de barrio o los artesanos que moldean la plata.
Al caminar, aparece la calle Montúfar. Aquí su historia: A la madrugada, se escuchaban las bocinas de los indios arreando a los toros con las cornamentas afiladas al matadero. En la Colonia se llamaba calle de las Carnicerías. Desde San Marcos, al regresar a mirar a El Panecillo, la Virgen alada de Bernardo de Legarda aparece fulgurante. Más allá está el arco de la Virgen del Rosario, levantado para expiar las culpas de una bellísima dama que apedreaba a esa imagen.
La calle evoca la memoria de Carlos Montúfar, quien -llegado como pacificador de la Corona- encontró en el bando independentista su destino, hasta ser fusilado por los realistas en Buga. El cantón Montúfar, en Carchi, honra su nombre. Fue cosmopolita y patriota. Sus amigos: Bolívar, Washington, Jefferson, Humboldt, Bonpland, San Martín, O’Higgins...
Hijo de Juan Pío Montúfar, líder de la Junta Suprema que depuso al poder español el 10 de agosto de 1809 y antes de morir desterrado en Cádiz renunció a ser el Marqués de Selva Alegre. Los 72 conspirados fueron asesinados en sus celdas en 1810, junto a 300 quiteños masacrados en las calles. La antorcha de la Libertad latinoamericana fue encendida con sangre. (O)