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El Telégrafo

Un mito del lago San Pablo

14 de marzo de 2019

La mitología en torno a las lagunas nos habla de lugares sagrados. Son deidades de la época de los señoríos étnicos, como los Caranquis, que florecieron del 1250 a 1550 de Nuestra Era, antes de la llegada de los incas y de los españoles. Algunas son mitos de los orígenes como la de un gigante soberbio que se burlaba de las cochas, como se llaman en quichua.

Está la historia de Nina Paccha que es el origen del mítico árbol del Lechero, pero también –y aquí el sincretismo- el relato de la Hacienda de agua o el nacimiento de Cocha-caranqui, que es Yahuarcocha. Es muy aleccionador el mito del nacimiento de Cuycocha o la Laguna del cuy.

La provincia de Imbabura tiene 27 lagos y lagunas, algunas estacionarias. Ahora, comparto una leyenda del Imbacocha.
Manuel Santillán no tenía consuelo. Su longuito, su sobrino querido se había ahogado en el lago San Pablo. Habían pasado varios días pero su cuerpo permanecía en las aguas. Con los ojos colorados acudió donde un yachac de Ilumán.

El brujo le dijo que construyera una cruz enorme y que le cubriera de flores. En el centro debía poder un cuy, también llamado conejillo de Indias y unos huevos. La cruz debía ser clavada en el sitio donde pereció el muchacho. Además una advertencia: quienes hundieran la cruz debían ser hombres valientes porque es posible que vieran el inframundo.

El yachac habló y Manuel Santillán pensó que cualquier sacrificio valía la pena si los restos del joven surgían del lago, después de tantos días. Por eso, con la enorme cruz a cuestas y con la ayuda de otros runas valientes, Santillán llegó hasta el Imbacocha, como también se lo conoce.

Entraron a sus aguas cristalinas, rodeadas de totoras. Mientras arrastraba la cruz cubierta de flores, Manuel Santillán pudo ver el infierno: era un diablo que estaba acostado de espaldas dentro del agua. Los pies estaban en dirección a Reyloma y la cabeza hacia Camuendo. Lo que no ha podido decir Manuel Santillán es que si el diablo tenía cachos o era un aya, ese antiguo dios andino que no se quema. Después, desde las profundidades surgió un cuerpo. (O)

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