Es el llamado que se escucha cada vez más fuerte y por muchas partes. Escandaliza que un ciudadano australiano con la nacionalidad ecuatoriana esté encerrado, prisionero en la embajada de Ecuador en Londres desde 6 años por la razón de que el Gobierno inglés lo quiere entregar a la justicia norteamericana.
El Gobierno sueco le retiró el juicio que había entablado contra él por falta de pruebas. El “pecado” de Assange es principalmente informar sobre acontecimientos ocultos de los gobiernos que intervienen militarmente en otros países, en particular los que tienen mucho petróleo.
Assange no es un pirata, un hacker de la información como los grandes medios de comunicación sumisos a Estados Unidos nos lo quieren hacer creer. Assange es el fundador de una editorial online, WikiLeaks, que difunde las revelaciones de los denunciantes, quienes, respondiendo a sus deberes como ciudadanos, exponen ilegalidades cometidas por el Gobierno.
En las Naciones Unidas un grupo de trabajo equiparó el confinamiento de Assange a una “detención arbitraria e injusta” y conminó a los gobiernos británico y sueco a poner fin a su persecución. El problema no es Assange; es el Gobierno de Inglaterra, que no respeta las recomendaciones de la ONU, poniendo en riesgo su seguridad y su vida.
Recientemente, desde la embajada ecuatoriana, se le cortó la comunicación con el exterior, acusándolo de injerencia en asuntos de otros países. Llama la atención que a un periodista se lo acuse de injerencia cuando su trabajo es informar. Más bien debe seguir protegido y ayudado para que recupere su libertad.
Es de aquellos personajes de estatura mundial que son capaces de vivir, sufrir, ser acusados y calumniados por defender una de las causas más grande de la humanidad: informarnos de lo que exactamente pasa en nuestro mundo cuando se destruye a personas, pueblos y libertades.
Assange nos conduce a preguntarnos qué causas grandes defendemos nosotros, porque uno es tan grande como la causa por la que es capaz de dar la vida. (O)