Vivimos en una economía de mercado que ha provocado la creación de una cultura de consumo desmedido. Con ello se induce a convertir al ser humano en un ‘buen consumidor’, especialmente a los niños y jóvenes. En la actualidad, la vida la hemos configurado como una permanente experiencia de consumir.
Paulatinamente, se va logrando una cierta adicción a la necesidad de comprar para consumir, despilfarrando nuestro dinero en cosas innecesarias. Para eso el mundo se ha transformado en un gran supermercado, en el que la gente tiene que estar siempre de compras.
Además, se está cometiendo el grave error de unir estrechamente la felicidad con las posibilidades de consumo. Pensamos que quien puede consumir más tiene mayores oportunidades de ser feliz.
Las grandes migraciones de hoy no son las de una nación a otra, sino las de una cultura a otra. Y la principal emigración de la mayoría de nosotros es la de pasar, de una naturaleza, de la convivencia directa, del intercambiar bienes, a las culturas del marketing y de las técnicas de la información y comunicación.
Se produce así el consumo de celulares, tabletas, nintendos, computadoras, videocámaras, televisores de alta definición, y estos aparatos se vuelven necesarios para vivir en esta cultura, pues de lo contrario, el que no los utiliza está desfasado.
En esta cultura, el mercado nos impone sus leyes y el consumo; en vez de satisfacer necesidades, es una fuente que nos inventa falsas necesidades.
Esta cultura está creando un nuevo estilo de vida para las personas, con patrones de conducta basados en la superficialidad y la novelería por el uso de estos equipos con alta tecnología, que son instrumentos que nos han hecho dependientes de ellos; por ende, todos experimentamos que son necesarios para vivir en la sociedad del siglo XXI. El que no tiene internet en su casa y no anda con un celular está fuera de esta sociedad posmoderna.
La comunicación siempre ha sido una expresión de compartir, de encontrarse con los demás y de convivencia, pero las nuevas tecnologías nos están llevando a un fuerte individualismo, lacerante para la vida social. Los niños y los jóvenes han hecho del uso de estas nuevas tecnologías su estilo de vida. Se pasan horas manipulando estos equipos tecnológicos y no pueden estar sin ellos.
Para equilibrar estas tendencias tan fuertes que la sociedad actual ofrece a los jóvenes, en nuestras familias y en las instituciones educativas debemos crear otro tipo de cultura en la que edifiquemos nuevos espacios y sistemas de vida social, en los que haya momentos de silencio y contemplación, actividades de contacto con la naturaleza y de compartir con los demás nuestras experiencias de convivencia familiar y social.
Enseñemos a nuestros hijos a despojarse de tantas cosas superfluas que los ahogan, a vivir con sobriedad, buscando solo lo esencial para sustentar la vida. Es esta una tarea de suma importancia para todos, a fin de rescatar los auténticos valores humanos.