En los salones parisinos a mediados del XIX el naturalista alemán Alexander von Humboldt mostraba las rocas del Chimborazo como si fueran piedras de la Luna. Era la época en que el capitán Nemo, en el libro Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, poseía las obras completas del viajero quien también inspiró a Charles Darwin, para pensar su teoría de las especies. En París, Humboldt había conocido a Simón Bolívar, de apenas 21 años, y le había dicho que las colonias estaban preparadas para la independencia, pero no veía al héroe. Años después, Bolívar, quien utilizó sus mapas para cruzar las cordilleras, dijo que el prusiano había descubierto nuestra América más que los conquistadores (cuando regresó de su viaje de cinco años llevaba 60.000 ejemplares de plantas y 6.000 especies, de las cuales 2.000 eran nuevas para los botánicos europeos).
Así relata el libro La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, editado por Taurus, una obra que, como sugiere The Scotsman, debería incorporarse a toda prisa en los programas educativos de la Tierra. Hay varias razones: no solo que reivindica la figura de Humboldt sino que, trayendo sus propuestas, nos da pautas para el mundo en que vivimos, en medio del cambio climático y de monocultivos que destrozan el ambiente, a favor de unos pocos. ¡Algo que ya advirtió el olvidado científico hace 200 años! La idea de que es preciso que las ciencias interactúen, que existe una conexión en cada hecho, pero de manera especial el humanismo y una crítica a los imperios -que ahora podríamos llamarla poscolonial- fueron algunas de las posturas de este “hombre planetario” que encontró en el Chimborazo el motivo de su inspiración, para plantear que Planeta Azul, ahora la hipótesis de Gaia, es un organismo vivo. Allí, Humboldt pudo entender todo de un solo vistazo y lo dibujó en ese mapa famoso.
En la página 122 se lee: “Al volver del volcán, estaba listo para formular su nueva visión de la naturaleza. En las estribaciones de los Andes empezó a esbozar su Naturgemälde, una palabra alemana intraducible que puede significar ‘una pintura de la naturaleza’, pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad”. Años después, Bolívar escribió su Delirio…, inspirado en el mítico viajero. “Allí, en las heladas laderas del Chimborazo, “la tremenda voz de Colombia me grita”, concluye su poema. Humboldt sigue tan campante… (O)