Según la Organización de Naciones Unidas, desde que se desató el brote de COVID-19, los nuevos datos e informes de quienes están en primera línea revelan que se ha intensificado todo tipo de violencia contra las mujeres y las niñas. Una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia sexual o física, en su mayoría, por parte de su pareja.
Sicólogos y siquiatras, califican como un impacto psicológico al ’’conjunto de comportamientos, pensamientos, emociones y sensaciones que aparecen como consecuencia de la experiencia de algún tipo de situación que implica un choque emocional intenso y prolongado, una pérdida, un daño o una amenaza importante’’.
Esta sensibilidad a flor de piel, sacó a relucir lo que algunos aseguran que un hombre no debería pagar el precio de un acto que cometió cuando era adolescente, mientras la doble factura hacia la mujer es por el resto de su vida y además porque lo hacen las personas de su entorno quienes aseguran amarla. No importa si tiene 17 o 50 años. Tampoco cuenta si es una cita formal o sale con el mejor amigo.
Vísperas de Año Nuevo, tan solo unos meses después de comenzar a frecuentarla, le violó. Cuando Juana, María, Francisca, Silvana, Rosa, a través del zoom, día a día, detallan y narran los hechos ante la Fiscalía, los oídos sangran al escuchar: ‘‘ él me tapó la boca durante la violación, o él se exhibió ante mi cuando estábamos en el sitio de trabajo’’.
Tal vez , en lugar de reflexionar, quisiera saber si ella había bebido la noche de su violación. Importa? No lo hizo. O quizá se pregunta que ropa llevaba o si había sido ambigua sobre sus deseos. De nuevo no importa. Lucía un vestido largo color menta de manga larga que solo dejaba ver sus hombros. Los dos ya habían compartido fiestas.
Lo siguiente que recordó es despertar a causa de un dolor punzante muy fuerte, como el filo de un cuchillo entre sus piernas. “¿Qué estás haciendo?”. El respondió: “Solo dolerá durante un momento”. Ella gritó: “Por favor, no lo hagas”. El dolor era insoportable, y a medida que continuaba, lloraba aterrorizada de miedo. Entonces susurró: “Pensé que dolería menos si estabas dormida”. Y lo llevó a casa.
No lo reportó. No le dijo a su madre ni a sus amigos ni, ciertamente, a la policía. Estaba impactada. Comenzó a sentir que era su culpa. En la década de los noventa no era común escuchar el término “violación” asociado a una relación de pareja o una cita.
Pienso que no lo clasificó como violación —ni siquiera como sexo—. Siempre pensó que cuando perdiera su virginidad, sería algo muy importante o al menos una decisión consensuada. En su mente, cuando algún día tuviera relaciones sexuales, sería para expresar amor, compartir placer o para tener un bebé. Y está claro no era ninguna de esas opciones.
Con el pasar de los años, se da cuenta de que cuando ocurrió esa violación ya había absorbido ciertas lecciones. Cuando apenas tenía 7, un familiar de su padrastro le tocó entre las piernas y puso su manito en el miembro viril. Poco después de contarles a su madre y padrastro, le enviaron a Venezuela durante un año para vivir con sus abuelos. Lección: si habla es excluida.
Estas experiencias afectaron su capacidad de confiar. Le tomó décadas hablar sobre esto con un terapeuta. Piensa que si en ese momento hubiera llamado violación a lo que le pasó —y les hubiera dicho a otras personas— tal vez habría sufrido menos. En retrospectiva, ahora cree que dejó salirse con la suya al violador y decepcionó a la persona que ella era a los dulces 17 años.
Ahora tiene una hija. Durante años le ha dicho las palabras más simples que le tomó casi toda la vida entender: “Si cualquier persona toca tu cuerpo o te hace sentir incómoda, grita fuerte, sal de ese lugar y cuéntale a alguien. Nadie tiene permiso de poner sus manos en ti”. Ahora, casi 30 años después del delito dice públicamente lo que ocurrió. Alza la voz para que nuestras hijas nunca conozcan este miedo y vergüenza; y que nuestros hijos sepan que los cuerpos de las niñas-mujeres, no existen para su placer y que el abuso tiene graves consecuencias.
La sociedad tiene mucho que perder si pone fecha límite para decir la verdad sobre los ataques sexuales y por mantener los códigos de silencio que por generaciones han permitido a los hombres herir con impunidad a las mujeres.