Los persas se sorprendieron de que los griegos destinaran tanto tiempo al juego. De hecho, sus héroes eran, además de los poetas, los deportistas. De allí viene la rama de olivo colocada en la frente de los más destacados atletas. Lo hacían en la ciudad de Olimpia, siete siglos antes de nuestra era, y estaban marcados por la frase del poeta Píndaro: “El vencedor, el resto de sus días, tendrá una dicha con sabor de mieles”.
Como cuenta la historia, las mujeres tenían prohibido participar o asistir a las Olimpiadas, pero fue Calipatira, quien
-por mirar participar a su hijo- rompió esa regla. Fue descubierta al enredarse su túnica y quedar como Zeus la trajo al mundo. Aunque el castigo era la muerte, fue perdonada y desde allí, para evitar otros desafueros propios de la época, los competidores debían participar desnudos. Ahora, el fútbol también es parte de los Juegos Olímpicos, pero con pantalonetas.
Acaso, la honorabilidad de los antiguos griegos aún pueda respirarse, más allá de los jugadores que fingen en la cancha o se lanzan, literalmente, en la zona de candela para que el árbitro cobre un penal. Tal vez la imagen más notable de esa actitud positiva sea la que tuvo el portugués Cristiano Ronaldo con el atacante uruguayo Cavani cuando el primero lo asistió tras una lesión y lo acompañó hasta la línea. Otro gesto fue el de los jugadores nipones, quienes dejaron un cartel de gracias en ruso, además de limpiar su camerino. Igual hicieron sus seguidores en los estadios.
La nota discordante la tuvo un hincha argentino, quien indujo a una muchacha rusa a decir sandeces, aprovechándose del desconocimiento del idioma. Además, de algunos seguidores colombianos que mostraban su “viveza criolla”, introduciendo licor en binoculares.
En los dos casos, el repudio fue total, con expulsión de Rusia y pérdida del trabajo en Avianca. Esto demuestra que, cada vez más, el mundo no está para soportar estos desatinos, con unas redes sociales que los escarmientan. El fútbol es más que una pelota rodando por el césped, aunque los griegos no lo inventaron. ¿Pero quién inventó a los árbitros? (O)