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El Telégrafo
Felipe Rodríguez

Gonzalo Zambrano Palacios

14 de diciembre de 2020

La verdad debe ser gritada. La gravedad como fuerza física, por regla general, nos hala desde que nacemos y junto con todo lo que hacemos, hacia adentro de la tierra. Ese es el destino de los comunes. Pero existen hombres a quienes la gravedad les sirve exclusivamente para mantener los pies sobre la tierra y, cuando la dejan, sus obras perduran libres de ataduras.

Este es el caso de Gonzalo Zambrano Palacios y es obligación nacional que todos conozcamos quién fue y quién será por siempre.

Falleció el modelo de administrador de justicia, un hombre intachable. Desde su curul como Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, le enseñó al país que el rol del juez es sagrado, pues su objetivo es entregar a cada quien lo que le corresponde desde una inclaudicable posición de igualdad. Imaginen a ese juez ideal: firme pero humano, capaz de revolucionarlo todo con su intelecto, de tomar decisiones que, hasta el perdedor de la contienda, por respeto a tremenda investidura, se sienta obligado a acatar. Ese fue Gonzalo Zambrano, un hombre justo, de principios inquebrantables.

Como decano de la Facultad de Jurisprudencia de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador instauró el verdadero sentido de la cátedra: las aulas no nacieron para que los docentes formen nuevos abogados, sino para que aseguren que los nuevos abogados superarán pronto a sus maestros.

Brillante escritor que perpetuó en tinta aquello que quienes no tuvimos el honor de ser sus alumnos hoy podemos leer. Él entendió que su saber, tan profundo, no podía ser patrimonio privado. Su forma de hacer patria fue la generosidad, como transmisión de conocimiento que liberará al mundo.

A cada quién la vida golpea como puede. En mi caso aquellos golpes, que son tan míos, han dejado una gran lección: a una gran mente se la debe medir desde la ciencia, desde el tamaño de sus obras y, quizás más importante, desde el tamaño de su humanidad. En esa medición Gonzalo Zambrano gana.

¿Humanidad? Es de fácil medición: se regresa a ver a sus hijos y no hace falta nada más. ¿Y qué vemos en este caso? No me dejarán mentir quienes conocen a Pablo y Margarita, dos de sus siete hijos. Cuando los veo transitar por esta tierra veo dos juristas honestos, ávidos de conocimiento, exitosos por esfuerzo propio y puedo concluir: solo un gran hombre, de inmensa humanidad, pudo haberlos formado. (O)

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