Hace once años, el 26 de octubre de 2005, en nuestro zarandeado Ecuador estalló una bomba atómica: la muerte de José Cabrera Román, notario segundo de Machala, quien esa noche, luego de una deliciosa fiesta de sexo, cocaína y whisky, viajó directamente al infierno. Curiosamente, al comienzo la explosión no hizo ruido, pero días después, a partir del 11 de noviembre, el sacudón fue peor que el terremoto del 26 que asoló el país, especialmente a Manabí y Esmeraldas.
En la fecha, un caótico batallón de militares y policías asaltó en Machala las oficinas del notario para llevarse incontables cajas y paquetes llenos de dólares, mientras jadeaban en la disputa para arrancharse unos a otros el tesoro, mientras afuera les esperaba una poblada furiosa, que les rebuscó a los asaltantes el dinero hasta en sus calzoncillos, según la gráfica descripción de la prensa. Mientras tanto, arribaron a la ciudad tres vuelos de aviones de la FAE que cargan a grupos de militares empeñados en sumarse al prodigioso saqueo.
Y es que hacía diez años el magnánimo notario venía acumulando depósitos por los que pagaba hasta 12 por ciento mensual de interés, cosa no vista en ninguna parte del mundo. Así llegó a tener en sus manos 800 millones de dólares depositados por 35 mil clientes, entre los que figuraban 6.000 militares y 560 policías, según las informaciones de las autoridades, incluido el ministro de Defensa Oswaldo Domínguez. Los depósitos mínimos eran de 10 mil dólares, pues el notario no recibía cantidades menores, y muchos de los depositantes le entregaron decenas y centenares de miles de dólares, con su fe puesta en un enriquecimiento rápido y explosivo.
Que sencillos artesanos o comerciantes entregaran sus ahorros con tal finalidad, se explica y pasa, entre otras razones porque no estaban bien informados de las leyes que castigan el chulco, ni veían lo inmoral y antiético de tal procedimiento. Pero que altos jefes militares incurrieran en estas vergonzosas transacciones clamaba justicia a la patria y al cielo. A la patria porque así se pisoteaba la tan cacareada ‘dignidad’ de las Fuerzas Armadas y la sangre fresca de los soldados sacrificados en la guerra del Cenepa, y a la vez porque así se convertían en trapos sucios la Constitución y las leyes.
Pues había nombres de no creer envueltos en el bailoteo, como el del general retirado José Gallardo Román, ministro de Defensa durante la guerra del Cenepa y presidenciable democratacristiano, cuya esposa había depositado $ 135.000 en las arcas del notario. Fue tan grande y bochornosa la participación de jefes militares, que el presidente de la República, Alfredo Palacio, destituyó al alto mando militar, como fueron también destituidos numerosos comandantes de brigadas y batallones.
Ahora bien, a todos estos hechos escandalosos se agregaban candentes interrogantes: ¿De dónde obtenían el dinero estos grandes depositantes? ¿Tal vez de préstamos del Issfa? ¿Tal vez de los bancos amigos del notario Cabrera, como el Banco Pichincha, el de Machala, el Rumiñahui, el del Austro, en fin, cualquiera de aquellos que le facilitaban al notario la apertura de cuentas particulares sin averiguar el origen de esos dineros?
Claro que en la guerra del Cenepa hubo verdaderos héroes que defendieron a la patria, clases, oficiales y soldados que merecen la veneración eterna de nuestro pueblo, como también hubo jefes posteriormente presidenciables, descarados u ocultos, que traficaron con la bandera nacional antes, durante y después del notario Cabrera. (O)