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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La economía del descarte

13 de febrero de 2020

En el mundo hay mucho capital acumulado en monedas con valor internacional, el mismo que en su mayor parte está en poder de individuos y corporaciones privadas, la mayoría ligados a países europeos, EE.UU. y China. Es sabido que el 1% de adinerados acumula más del 80% de lo que se considera riqueza. Además de la desigualdad, el problema de los más ricos es que buscan que su capital siga creciendo, pero al haber más pobres, solo un porcentaje reducido de la población puede seguir consumiendo.

Los sectores más ricos del mundo, amparados por las grandes potencias, están impulsando una nueva revolución industrial, basada en el sobreconsumo de tecnología, inventando para ello la idea de que la misma es necesaria para la vida cotidiana, generando una neodependencia e impulsando, al mismo tiempo, la circulación veloz del dinero.

De la mano con la nueva revolución industrial, se promueve una economía del descarte para asegurar el crecimiento constante del consumo y las ganancias. La ropa debe durar poco, los electrodomésticos deben tener vida corta, los componentes de los carros deben reemplazar el principio mecánico por la tecnología, programada para expirar en un tiempo, al igual que los dispositivos informáticos.

Otra de las tácticas del capitalismo del descarte está basada en la destrucción de infraestructuras, bajo la premisa de la precariedad y vejez, para ser sustituidas por otras nuevas. Por medio de campañas posicionan imágenes de implosión de edificios, que son reemplazados por nuevas torres construidas con materiales bellos, pero descartables. Protegidas por los Estados, muchas empresas trasnacionales dirigen sus inversiones a países pobres, asegurando que el dinero sea canalizado nuevamente a las constructoras ancladas a sus propias empresas, impulsando aún más su capital y asegurando más concentración de la riqueza.

Entramos en la era de la hegemonía y dominio del gran capital, cuya coartada enlaza la estrategia de la dependencia tecnológica, el descarte, la destrucción y la reconstrucción, con el incentivo del endeudamiento de los países pobres, a los que se quiere convertir en zombis consumidores y endeudados, usando –además– sus recursos naturales. (O)

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