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El Telégrafo
Rosalía Arteaga Serrano

Y después… las cenizas

16 de junio de 2020

Ahora, cuando parece que todos las plagas y descalabros se acumulan sobre las espaldas de los ciudadanos de nuestro atribulado país, sentimos que las fuerzas de ese pueblo generoso no pueden flaquear, sino más bien juntarnos, unir las potencialidades para sacarlo adelante, para no perder el norte, para saber que no podemos rendirnos.

Hacer la lista de los males nacionales sería una tarea larga; apenas nos atrevemos a enunciar los más graves, muchos de los cuales tienen que ver con un mal endémico como es la corrupción, que parece que es ahora más rampante que nunca y se evidencia aún más en los lugares en donde la claridad debería ser meridiana, como en las adquisiciones de los insumos hospitalarios.

La lista de desgracias viene encabezada por la corrupción, por la no actuación de las autoridades judiciales en los casos que son denunciados por la Fiscalía; la escasa credibilidad del gobierno que se ha perdido en medio de sus propias contradicciones; la herencia fatal de un gobierno que nos dejó más endeudados, más expuestos a la corrupción que nunca, con una perversa administración que extiende sus tentáculos hasta los tiempos actuales y que se refocila con los restos del gran banquete petrolero que digirió.

En esa lista está la situación mundial y nacional que se vive por la pandemia del coronavirus; la baja de los precios del petróleo y de otras comodities que disminuye los ingresos fiscales; los liderazgos maltrechos de sectores sociales, que pretenden construir plataformas para futuras campañas electorales; la ruptura de los oleoductos; la mala situación de la infraestructura de salud pública; la falta de credibilidad de los gobernantes locales que se debaten en sus limitaciones, contradicciones y negligencias.

En fin, la lista podría engrosarse y hacer aún más crítica la situación de este país sobre endeudado, sin mucha capacidad para moverse, porque nuestro sistema dolarizado significa un freno de contención que muchos agradecemos para evitar el desboque de las políticas monetarias que arrojarían al pueblo a los efectos de una inflación imparable.

La economía aparece semiparalizada con la preocupación que esto genera por la disminución de plazas de empleo y de dinero circulante.

Parece esta la descripción de un dantesco escenario, sobre el que, y como una especie de colofón, un volcán majestuoso decide erupcionar, con su cuota de lava, cenizas y emanaciones. Si bien su ubicación geográfica disminuye el peligro que podría ser gravísimo en otras circunscripciones territoriales, sin embargo, las cenizas llevadas por el viento, ya están causando problemas en ciudades grandes y también en los campos, en donde los agricultores sienten afectados sus cultivos y la alimentación para el ganado.

Después de todas las calamidades, las cenizas del Sangay cubren con su blanco manto a las ciudades y a los campos, a manera de purga, de limpia de la naturaleza que se cobra su revancha.

Los ecuatorianos tendremos energías para sobrellevar los sinsabores y levantarnos, como el ave fénix, desde las cenizas. (O)

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