En tiempos tan oscuros como estos, donde ni las referencias históricas alcanzan para buscar respuestas o soluciones, bien podríamos acudir al confucianismo. ¿Por qué no? Allí podríamos encontrar patrones éticos para reconstruir Estados y mejorar las relaciones sociales. Pero a esta altura del partido eso también para sonar a una utopía.
Sólo hay que hacer un paneo por esta parte del mundo para convencernos de que si iniciamos el camino hasta el pensamiento del célebre filósofo chino terminamos en la misma estación que estamos: en la confusión.
Aterrorizados por la llegada de un virus, al que ni siquiera terminamos de digerir como a un vecino incómodo (porque aquí se quedará entre nosotros por un largo período), encerrados en nuestras propia inoperancia para no dejar al desnudo la falta de inversión en salud pública y sin ideas de cómo enfrentar un futuro que ya está aquí, no se vislumbran dirigentes ni oficialistas ni opositores, tampoco intelectuales e infectólogos -tan en boga y requeridos para labrar decretos- que aporten al debate de cómo vamos a organizarnos en la nueva era. Y esto es así a lo largo y a lo ancho de la región.
No pasamos de algún discurso que toque el corazón para adornar una de las pocas actividades permitidas desde hace varios meses: contar muertos frente al noticiario de turno. Y ahí, los muchachos del poder deberían escuchar a Confucio en aquello de que “un caballero debe avergonzarse si sus palabras son mejores que sus actos…”
Pero en esta estación, no todo es culpa del jefe o de los guardas del poder. Los pasajeros respiramos el mismo aire y nos alimentamos de las mismas inexactitudes que abonan nuestra “escuela” filosófica, que no es precisamente el Nadaismo del colombiano Gonzalo Arango, aunque bien nos vendría el nombre.
Si hasta la llegada de la pandemia, no supimos, no pudimos y no quisimos, acabar con la pobreza y fortalecer sistemas de educación y salud pública que nos permitiera un desarrollo sostenible, a lo largo de décadas cómo vamos a hacer ahora para salir de una cuarentena con aroma al medioevo y economías absolutamente destruidas. Es probable que muchos, con cargos de responsabilidad, sepan cómo hacerlo, pero no se atrevan.
En ese caso escuchamos una vez más a Confucio: “Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes”. (O)