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El Telégrafo

Chiga, dios de los cofanes

22 de febrero de 2018

En lo profundo de cada pueblo subyace su mitología. Sus orígenes configuran un destino. Quién soy yo, de dónde vengo, se preguntaban los griegos hace más de dos milenios. Buscaban esas huellas de su pasado para proyectarse al futuro. Lo que encontraban era un poderoso reflejo de sus ancestros.

“Haya luz”, y hubo luz, se lee en el Génesis, el libro fundamental de la cultura occidental, pero también hay otras visiones del mismo momento, como los makiritare, que sueñan que los dioses los están soñando. Al igual que todos los pueblos -desde los nórdicos que nombraron a Thor que después fue el trueno o Saturno que devoraba a sus hijos- nuestro país tiene muchos mitos cosmogónicos, cuando todo era caos.

Friedrich Nietzsche, en su obra El origen de la tragedia, rescatará toda la fuerza del mito, como la única posibilidad de la existencia humana capaz de hacer superable el nihilismo y la muerte de Dios. Malinowski refiere que los mitos permiten expresar y realzar las creencias, y salvaguardar los preceptos de orden moral; gracias a ello la tradición adquiere mayor valor y prestigio, hasta lograr su fortaleza. “Permiten una evasión del tiempo real o la temporalidad existencial del ser humano con una realidad cruda y terrible: la muerte”, escribió el autor de Los argonautas del Pacífico Occidental.

La Amazonía ecuatoriana aún tiene esa memoria. Está Jempe, el colibrí que entrega el fuego a los shuar o la historia de Kujánchan, con sus alas. Aquí, una de sus mitologías del noroccidente, de un tiempo donde moran los astros:

“Más arriba de las copas de los árboles vive Chiga. No es hecho de nada. A veces, cambia a la gente en animales. Con el tiempo, el dios de los cofanes ha mirado desde lejos los asuntos de sus hijos. Sin embargo, a veces, parece que traspasa la luminosidad del follaje y llega hasta donde caminan las hormigas.

Un día, Chiga trajo una pelota de tierra. En el primer instante, de la pelota brotaron hojas de platanillo y palos. Después los arbustos se mecían. En ese tiempo, de la pelota de tierra salieron millares de pájaros que se remontaron más allá de las nubes.

Desde el vientre redondo volaron palomas de cuerpos tersos y ojos vivaces. De la pelota de tierra nacieron todas las cosas para que los cofanes pudieran vivir: plumas ceremoniales o la bebida, la danta o el paujil, que tiene la cresta como un pavo. A medida que salían los elementos la pelota de tierra se hizo más grande…”.  (O)

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