La Conferencia Internacional de Vivienda y Asentamientos Humanos, denominada Hábitat III, que se inauguró oficialmente en Quito durante la primera sesión plenaria ayer 17 de octubre, es un gran reto que Quito y Ecuador sabrán llevar a feliz término, no solo a nivel organizativo y de acogida calurosa y generosa a los miles de participantes al evento, que han llegado desde 193 países miembros de las Naciones Unidas y de las diferentes provincias del país, sino también contribuyendo a la realización exitosa de la conferencia, que sirva como referente para el futuro.
La evaluación de los compromisos contraídos en las dos previas conferencias, Hábitat I en 1976 y Hábitat II en 1996, permitirá establecer el grado de progreso logrado.
Entiendo que Hábitat I puso la meta de mejorar el “desarrollo rural y urbano equilibrado”, que Hábitat II compendió en un plan de acción mundial siete temas urgentes, y que para Hábitat III se seleccionaron 169 temas para analizar en asambleas, sesiones plenarias, mesas redondas, diálogos, sesiones especiales y múltiples eventos más.
No faltarán debates sobre problemas que se han agudizado en nuestros días, como los referentes al creciente número de desalojos forzosos de viviendas, a raíz de las dramáticas crisis que se han ido suscitando, especialmente por los multitudinarios movimientos migratorios que han generado las guerras, tan crueles como injustas, y la falta de solidaridad con quienes huyen de sus países y continentes.
Me permito exponer a través de esta columna una inquietud que tiene relación con el tema de la mesa redonda ‘Vivienda Adecuada’. Me animo a hacerlo después de ver en el programa de la conferencia que hay también mesas redondas para tratar sobre personas afectadas por falta de vivienda adecuada, en particular indígenas y campesinos, como son en muchos casos empleadas domésticas contratadas de tiempo completo en la modalidad de puertas adentro con residencia en las casas de familia.
Hace muchos años, en Colombia, me encontré con un arquitecto cuando él iba a inspeccionar la construcción de un edificio de apartamentos y me invitó a acompañarlo. Al pasar por el área donde iría el cuarto de la empleada doméstica, debajo de una escalera, le pregunté por qué se había diseñado un espacio tan reducido. En respuesta, el arquitecto dio dos pasos adelante y dos de lado ¿Para qué más?, arguyó.
Hoy, en pleno siglo XXI, habrá más preocupación social y respeto por la dignidad humana, pero no sobraría que se someta a discusión esta problemática en defensa de los derechos de las y los trabajadores domésticos, generalmente de extracción campesina o indígena, a quienes ampara también el derecho humano a una vivienda adecuada.
Es de esperar, además, que se haga énfasis en que las conclusiones que se adopten no son solamente para la atención de gobiernos, Estados y organizaciones, sino también, y muy especialmente, como guía de acción para los individuos y comunidades.
Esperamos que Hábitat III deje huella profunda a nivel global y se compruebe con los años que valió la pena venir a Quito.
Bienvenidos todos. (O)