No hay cómo evitarlo: siempre se sale más inteligente y observador después de leer aventuras de Sherlock Holmes. Este personaje literario miraba a alguien durante pocos segundos y le decía: “Hace años usted tuvo fuerte trabajo físico, veo que ha estado en China, que últimamente se ha dedicado a escribir, y que pertenece a la francmasonería”.
Y acertaba en todo, para estupor de la otra persona. Y así, con golpes de inteligencia resolvía los más imposibles y sorprendentes crímenes. Sherlock Holmes experto en disfraces, fumador de pipa y aficionado a la cocaína, desordenado, nada rutinario, boxeador, violinista, apicultor, no sabía nada de astronomía. A finales del siglo XIX no tenía idea de que la tierra girara alrededor del sol.
Cuando se lo explicaron, se llevó una gran sorpresa que le disgustó porque le desordenaba su propio mundo, y dijo: “Ahora que lo sé, me dedicaré a olvidarlo”.
Este personaje literario era más importante que su creador, sir Arthur Conan Doyle. Así que Doyle decidió matarlo en una de sus novelas para poderse dedicar a otros asuntos. Cuando lo anunció, su madre le escribió: “Te advierto que mejor no toques al Sr. Holmes. Cuídate de causar el menor daño a una persona tan simpática y agradable que merece todo mi aprecio”.
A pesar de la carta de su madre, Arthur Conan Doyle mató a Sherlock Holmes, haciendo que cayera por un abismo. Pero no soportó la presión de sus editores y lectores. Después tuvo que resucitarlo en otro relato, y ese día la policía londinense se vio obligada a intervenir contra miles de personas que asaltaron las librerías para descubrir cómo había sobrevivido el personaje y qué nueva aventura debía enfrentar. Durante el tiempo en que Sherlock Holmes estuvo supuestamente muerto, millares de hombres y mujeres en Inglaterra usaban crespones negros en sus sombreros y solapas.
Conan Doyle llegó a recibir amenazas de sus lectores clamando venganza por la muerte de Sherlock Holmes. La inteligencia rutilante de Sherlock Holmes era capaz de descubrir al autor de cualquier crimen. Pero, claro, era un personaje que solo existía en el papel, y por esa razón no pudo descubrir el crimen que cometió alguien muy cercano a él: el escritor Arthur Conan Doyle, el mismo que había sido su creador.
Pero este crimen se cometió, no en ninguna novela, sino en la vida real. Y no estuvo ningún Sherlock Holmes para resolverlo. Se acabó el espacio para relatarlo. Lo contaré en la próxima columna: el crimen que Sherlock Holmes no pudo descubrir. En el mundo criminal del ajedrez no hay misterios: la pregunta siempre es cómo asesinar al rey.