Guayaquil de mis excesos
Exceso de trabajo, de cansancio, de ruido y de smog. De reclamos y quejas, de onomatopeyas, prosopopeyas y sobre todo de oximorones. ¿Cómo que no? Si ‘zas’, en un abrir y cerrar de ojos ’rrruuuunnn’, el mancito del taxi se pasa la roja y ‘¡PULULÚN!’ se lleva con todo al camarón que había sido parado por el buitre por venir lentamente apurado.
Demasía de confianza, sobredosis de sabiduría, que no quiere decir sapiencia si no bacanería gogoterada o avionada, predisposición a gesticular hipnóticamente con la palabra para lograr dinero vía la estafa aprovechándose de la abundancia de inocencia, de ojos grandes y sangre caliente dentro de pechos fríos.
Exuberancia de fiestas, farra, borrachera, pelea, pito, bronca, puñete, trobo, colmo de peleadores profesionales, artemarcialistas aficionados y entusiastas del vale todo, hastío de ceño fruncido, nariz rota, orejas hinchadas, cabeza rapada y madrina deme otra chancleta que hoy me saco la pica con el que se me llevo a mi jeva.
Colmo de conquistadores e infidelidades, ingenuidad en los colegios, perversión en las universidades, corrupción hasta dentro de las corrupciones, caminar de lado columpiando el brazo con la gorra hasta abajo y el pantalón chorreado, silbando códigos, claves y canciones, disparando romances con la boca, cargando balas con la lengua para mostrar dientes con ventanas abiertas que aprietan un mondadientes, fósforos o una rama de canela.
Desproporción de sueldos, los dueños ganan todo, los jefes cobran mucho y los menos ganan menos porque peor es nada, así que poco es algo que parece mucho, depende de los sueños y del negocio, si es rentable, tiene futuro o es un círculo vicioso.
Guayaquil de los excesos de peso, descompensación física, de poco por delante y harto por detrás, de piernas gruesas y ‘short’ que va desapareciendo con el contoneo, del bigote con sopa y la cazuela con pelo, estómagos tupidos de empacho, sin pretexto de pobreza porque estar chiro no es afrenta y además Don Lucho me da fiado para comerme un arroz con gafas y si le remo a un rico hasta engullir asado.
Guayaquil de las cantidades absurdas, de los lugares de venta de todo y juntos uno al lado del otro, la calle del cangrejo, la calle del encebollado, la calle del sánduche de chancho, la ruta de la chicha, la calle de los repuestos de carros, la calle de los cachineros, la zona de los sastres y los años viejos; sano y libre ejercicio del más criollo de los marketings, comportamiento racional colmenero de donde hay uno hay diez, hay cien y entran mil, sí hay cama pa’ tanta gente, por eso la orgía de gritos y propuestas que pegadas son como una suelda fonética de un gran “¡OE!”