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Cabeceando con Fito Páez

Cabeceando con Fito Páez
19 de septiembre de 2014 - 00:00

No sé qué le ha pasado a Fito que ha regresado tan cojonudo. Serán los ‘cachos’ y todo el infierno que conllevan que lo han vuelto a meter dentro del rock, ese que durante algunos años ya le estaba siendo tan esquivo. Rudo, duro, directo, creativo, moderno, esta vez Páez presenta una audacia total, pero es que total es bastante poco, dos perlas de entrada, el nombre Rock and Roll Revolution (RRR) y la otra, en la portada del disco está Charly García. Irracional, arriesgado, astuto, consecuente, magistral movida del marketing del corazón.

No sé qué le ha pasado a Fito que ha regresado con el par bien puestos... ¡al fin y gracias! Se despabila el rosarino a punta de demagogia y no hay nada más rockero que ser un vendedor de ilusiones, un fabricante de mentiras con una fábula de lata por vida y con los ojos encendidos como un neón.

Las alusiones a García no son solo en la portada, de hecho, lo nombra y lo justifica en la apertura con el estribillo que dice: “Si te dejo en una habitación/frente a frente con Charly García/ te orinarías y saldrías corriendo/te daría miedo, no lo bancarías”, y luego el disco está plagado de referencias directas e indirectas, como que hicieran falta las sutilezas, hasta llegar a una versión excitadísima de ‘Loco, no te sobra una moneda’, a la que le da la vuelta para que sirva de tributo viviente al propio autor y, claro, a Pappo y toda aquella escena de oro.

No sé qué le pasó a Fito, en este disco hay un corazón roto que le dedica un par de dulces letras a la que se fue en ‘Muchacha’ y la manda al diablo diciéndole hasta hija de quién es en ‘La canción de Sybil Vane’, pero se da un poco de mucha esperanza en ‘Tendré que volver a amar’, con el que se asegura un nuevo himno.

Sonido de garaje, sobre todo en las canciones pesadas, con mezcla poderosa privilegiando voz y guitarra con batería de redoblante chillón, pero con un piano protagonista como debe ser, porque es Fito, pues.

‘Ella sabe todo de mí’, de las suaves, es la más honesta y de una riqueza en matices y momentos que in crescendo hasta recuerdan a Queen, se goza el piano y el bajo y la letra que habla, para no desentonar, de una despedida. ‘La mejor solución’ trae un blues y hasta se manda unas líneas de Pete Townsend que rezan un manifiesto subversivo floripondio. “Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para reprimirlo, entonces el rocanrol”. La tempestad se calma con ‘Los días de sonrisas, vino y flores’ que es una balada épica que hace apología del mundo rock, excesos, de la vida de artista, del amor que no entiende y se aleja, otra vez. El disco entero es un homenaje al rock, una reivindicación del género venido a menos en Argentina que ahora hace gala de mucho rolingo al pedo y punksito fresado y drogón, y aunque nunca he sido tan hincha de Fito Páez, hoy me encanta sentirlo tan real como fue en la p*ta ciudad de pobres corazones y tan inmerso en la ecuación de “Filosofías de arrabal/mártires del rock and roll/discutiendo, entre las piernas del dolor/el álgebra de la vida moderna... necesitando escapar del purgatorio de sobrevivir hasta el año cien mil”.

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