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Ecuador, 22 de Enero de 2025
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El Telégrafo

Columnista

Buenas noches vecindad

Llega con su atuendo negro y buen aspecto de siempre impecable, peinada toda para atrás su tupida cabellera oscura apenas cenizas las sienes, da los pasos que se requieren para entrar de la puerta hasta el patio de la vecindad, oloroso a rosas de cementerio y con un pañuelo rojo sangre hecho de sangre; la muerte venía lista para traer consigo un nuevo miembro del salón de la fama de su más acá para él, más allá para nosotros.

Entró de forma sigilosa para que ningún niño lo recibiera con un golpe, después de todo tenía aprendida la rutina de memoria, ha sido, desde que empezó a transmitirse, fanático del programa número uno de la televisión humorística y ansiaba conocer al súper comediante, aunque no de esta forma, tiene que hacerlo, es lo que él hace.

Estuvo de visita al menos tres veces antes, y no tuvo el valor de llevarlo consigo, lo dejó dormir y hasta le dio chance de recuperarse, para ver sentado en alguna parte del teatro donde todos podían confundirlo con un ejecutivo, el homenaje que le hicieron a su eterno niño grande que tuvo la habilidad de convertirse sin mucho esfuerzo en un chico para siempre, solo con su actuación, sin ningún efecto especial ni pócima de juventud.

Se apoya en el muro donde lloraba el cachetón y sube los peldaños hasta llegar a la puerta de doña Eduviges, la loca de la escalera, baja corriendo para husmear dentro del barril y se quiere ir hasta el ocho para buscarlo ahí, pero se detiene porque recuerda que debe cobrar una deuda en la casa de la Chilindrina aunque se muere por pasar a tomar una tacita de café con Doña Florinda.

No quiere entretenerse, Clotilde, Ramón, Chato Padilla y Godínez con quienes se reunió antes de venir a buscar al de la gorrita verde, le han aconsejado que silbe la tonada de “qué bonita vecindad” tal vez así aparezca Roberto a cantar sus líneas, así que comienza a soplar la canción y justo en la mejor parte lo derriba una pelota gigante llena de infancia y sueños.

-¡Tenía que ser el Chavo del ocho!- dice la muerte; el Chavo lo ve y le da la garrotera, muerte lo despierta con un chorrito de agua y pone su cara más amable, entonces el chavito le dice: ¿tú eres la barca? Y el responde: no, soy la parca, y el Chavo: ¿y yo que dije? y la muerte: la barca, y el Chavo: ¿y cómo es?, la muerte empieza a reírse (feliz de estar en medio de un sketch) y le dice ¡la parca!, y el Chavo: ¿y cómo es?... y la parca: que ya te dije que soy…-interrumpe el niño- no, que cómo es morir, menso.    

Es raro cuando se concreta lo que todos esperan porque es como que no lo hubiesen estado esperando.

Lo de Roberto Gómez Bolaños estaba anticipado, su edad, su deterioro, las veces que fue internado en lo que va del año, todo lo venía cantando, pero la muerte es ese fenómeno obligado que aunque lo tengamos frente a nuestra nariz pretendemos que no existe, que es un cuento chino, una nana para asustar a los críos.

-Vámonos Chavo, dile adiós a los tuyos- dijo la muerte, pero el niño replicó -Decir adiós sería tonto, un hasta pronto solo será, buenas noches mis amigos, buenas noches vecindad.

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