Evocaciones de cenizas

La &uacute;ltima ceniza es una obra de mucha humanidad. En sus p&aacute;ginas se refleja la facilidad que tiene su autora, la periodista y escritora chilena Montserrat Martorel, para hacer del dolor el hilo conductor de una historia cargada de dinamismo y pasmosidad. La novela sumerge al lector en un ir y venir que genera v&eacute;rtigo, que implica quedar impactados e involucrados ante cada personaje. Es inevitable encontrarse en alguno de ellos, en alguna parte de sus inexorables vidas. La historia se cuenta a partir de Alfonsina y Conrado. Las vidas de los protagonistas se cruzan en un edificio en el centro de Santiago de Chile, en un encuentro en el que se rompen el tiempo y el espacio. Desde entonces, la existencia de ambos cambiar&aacute; por completo. Como reza la primera p&aacute;gina del libro, &laquo;la esencia de la vida es no saberse las reglas&raquo;. En su primera novela, Montserrat Martorell demuestra que sabe contar historias: que puede escribir el pasado a trav&eacute;s del dolor; la memoria, por medio de la infancia; la sexualidad, sosteni&eacute;ndose del amor; los recuerdos, esbozados gracias a la psicolog&iacute;a. Alfonsina y Conrado abren el tel&oacute;n para mostrar una vida llena de dramas, porque la vida real tambi&eacute;n puede ser muy dram&aacute;tica, porque la realidad siempre supera a la ficci&oacute;n. Estos personajes, hundidos en la nostalgia, tratan de vivir un t&iacute;mido presente, angustiados por el futuro y perturbados por el pasado. Matrimonios desgastados, homosexualidades disfrazadas, enfermedades mentales, relaciones ut&oacute;picas... todos tenemos cerca historias como las de Alfonsina y Conrado, Laura o Federico. Pudimos haber conocido a alguno de ellos o &mdash;en el peor de los casos&mdash; haber sido alguno de ellos. La &uacute;ltima ceniza muestra la vida de esa otra cara de Santiago: sin m&aacute;scaras, llena de espejos; esa ciudad donde es imposible evitar reflejarse para ver lo que los otros no logran ver dentro de s&iacute;, lo que es y lo que no es, lo que somos y lo que no somos. Es un laberinto al que acudimos, m&aacute;s que para encontrarnos, para desencontrarnos; sin embargo, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que ese Chile puede ser cualquier otro pa&iacute;s: Ecuador, Espa&ntilde;a, M&eacute;xico&hellip; Se trata de una sociedad que oculta m&aacute;s que lo que muestra, que a&uacute;n se esconde, donde somos presos de las apariencias. Una sociedad en la que queremos encajar pero sin siquiera saber qui&eacute;nes realmente somos, lo que queremos y lo que callamos para tratar de proyectar la imagen que se nos impone para, al final, terminar siendo lo que no somos o, en el mejor de los casos, algo ambiguo, impreciso. Los de Martorell son personajes rotos, con el alma resquebrajada. La fragmentaci&oacute;n de su estilo como met&aacute;fora de esa fracturada vida, de esa ciudad agrietada en la que todos intentan desgajar con el tiempo, romper ese destino, pero no lo logran. Es una novela al estilo coral, que cuenta a trav&eacute;s de esa multiplicidad de las cuatro voces de personas que, aparentemente, tienen vidas perfectas. Pero no es m&aacute;s que el uso de m&aacute;scaras como forma de supervivencia. Esas vidas son irreales por puro instinto de conservaci&oacute;n. Estas p&aacute;ginas est&aacute;n marcadas por el torbellino de sus personajes, llenos de fuerza y de remolinos, como la vida cuando se vive. As&iacute; nos lo revela Conrado cuando se confiesa: &ldquo;Me pas&eacute; la vida intentando demostrar y demostrar&hellip; &iquest;Para qu&eacute;? Para sentirme a&uacute;n m&aacute;s vac&iacute;o. As&iacute; es el ego, as&iacute; son todas las vidas que nacen un poco rotas&raquo;. Estas son las cenizas de un mundo carente de ilusiones, de lo que un d&iacute;a estuvo, del silencio, de los vestigios de las memorias, de unos restos de dolor, de las palabras a medias; aunque no lo parezca, son personajes como cualquier otro: con miedos, traumas, infancias no superadas, l&iacute;os mentales. Alfonsina es la evocaci&oacute;n de la violencia de g&eacute;nero. Sin pretender ser una novela del feminismo recalcitrante, queda claro que est&aacute; esbozada con tintes femeninos por la fuerte presencia de las mujeres, por c&oacute;mo est&aacute;n construidas, de manera que puedan enfrentar al machismo latente de una sociedad muy cercana a todos. Alfonsina es una mujer de clase acomodada, inteligente, profesional, &laquo;exitosa&raquo;, que cae en una relaci&oacute;n abusiva. Ella es el reflejo de los hilos invisibles que tenemos todos, de las heridas que hay detr&aacute;s, de su complejidad, de todo lo que arrastra su &laquo;libertad&raquo; de mujer no vulnerable. Es un encuentro de dos historias, de dos vidas tortuosas que dan paso a dos m&aacute;s y si sigui&eacute;ramos indagando, surgir&iacute;an otros pares m&aacute;s. Es una novela muy intensa, muy triste y muy viva, llena de pasi&oacute;n y de rabia. La &uacute;ltima ceniza es un encuentro con cada lector porque los miedos de los personajes tambi&eacute;n pueden ser los miedos de los lectores; el miedo como el motor de mostrar nuestra identidad, que resulta ser fr&aacute;gil, ilusoria, por eso el &uacute;nico camino es vivir de las apariencias. Quiz&aacute; sea eso lo que los otros quieren. La primera novela de Martorell pone sobre la mesa los diversos t&oacute;picos sobre la sexualidad, la obsesi&oacute;n, el maltrato, la soledad, el erotismo, la libertad, a trav&eacute;s de esos seres an&oacute;nimos que, cuando nos los topamos, presentan vidas fragmentadas que nos pueden tocar a todos. Es la lucha encarnada por la superviviencia, una vida que parece ser una camisa de fuerzas, historias laber&iacute;nticas que se desvanecen, como las cenizas, pero que no mueren del todo; porque los recuerdos no se queman, los traumas no se incendian, los dolores no se esfuman. Todo est&aacute; ah&iacute;, envuelto en verdades disfrazadas de preguntas, en v&iacute;ctimas que fungen como culpables, en abrazos enclaustrados en rencores, en amores que no son m&aacute;s que odios mal curados. De pronto resulta que cada conflicto no era m&aacute;s que una forma de vida, que no era m&aacute;s que una salida para hallar las respuestas que tanto se ans&iacute;a. Porque como dir&iacute;a el verso de Mario Benedetti: &laquo;todos estamos rotos pero enteros&raquo;. No hay un &uacute;nico desenlace, no hay nada resuelto, no hay una &uacute;nica verdad. Y es precisamente ese el verdadero dolor: no saber qu&eacute; hay detr&aacute;s, la rabia de un final eminente, de que &laquo;al punto final de los finales/ no le quedan dos puntos suspensivos&raquo;, como dice un soneto de Joaqu&iacute;n Sabina.