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Perspectiva

¿Por qué poetizar? Sobre unos versos de Paul Celan

¿Por qué poetizar? Sobre unos versos de Paul Celan
31 de octubre de 2016 - 00:00 - Josué Durán H. Estudiante de Literatura

Dado que el hermetismo de su obra a menudo lo ha alejado del gran público, quizá sea necesario empezar con unos apuntes biográficos sobre Paul Celán (Chernivtsi, 1920-París, 1970), uno de los más grandes poetas en lengua alemana del siglo XX, sobre todo de los acontecimientos que aparecen constantemente en su poesía, especialmente el Holocausto. Procedente de una familia judío-rumana, sufrió la ocupación nazi de su ciudad natal, el posterior traslado de sus padres a campos de exterminio, la muerte por tifus de su padre en el invierno de 1942 y el asesinato de su madre, poco después. Por algún milagro (aunque la palabra en este contexto quizá sea improcedente) sobrevivió hasta 1945 en un campo de trabajo de Moldavia, trasladándose tras su liberación primero a Viena y finalmente a París. Compuso su obra poética entre 1938 y 1970, aunque sus poemas más reconocidos son aquellos posteriores a su experiencia concentracionaria. Como otros grandes supervivientes de la Shoah (pienso ahora en Primo Levi), o como lo hiciera pocos años más tarde su amigo y lector Péter Szondi, el 20 de abril de 1970, se suicidó.

Quizá es relevante retomar esa sentencia (mil veces repetida y, sin embargo, casi nunca matizada) de Adorno, según la cual «después de Auschwitz no puede haber poesía». Pero no para glosarla sino para contrastarla con una obra poética cuyo tema es específicamente «qué puede ser la poesía después de Auschwitz» y que recoge algunos de los grandes problemas de la filosofía contemporánea. El más importante, aquel que se pregunta por la legitimidad que puede alguien tener para hablar sobre la realidad de los campos de concentración (el exterminio sistemático y masivo) cuando sus máximas víctimas, y al mismo tiempo, sus testigos definitivos fueron todos asesinados. La palabra de los gaseados y de los musulmanes (palabra que en Auschwitz designaba a aquellos que fueron reducidos a una condición subhumana, a un mínimo impulso de supervivencia, destripados de su lenguaje y de su identidad, de sus cuerpos) se ha perdido para siempre. Y, sin embargo, para los supervivientes, la necesidad de testimoniar se impuso una y otra vez; específicamente en Paul Celan la necesidad de poetizar; es decir de fundar nuevamente, de otorgar una esencia a aquello que, aparentemente, la había perdido para siempre. Pero, al mismo tiempo, la voluntad de alcanzar al otro (al muerto, al desconocido, a quien ha perdido su propia voz), puesto que, para el poeta, «el poema puede ser una botella de mensaje lanzada con la confianza —ciertamente no siempre esperanzadora— de que pueda ser arrojada a tierra en algún lugar y en algún momento, tal vez a la tierra del corazón» (p. 498). Alcanzar al otro y, justo allí, fundarlo, fundarse; esa es la misión de la poesía. Como escribe en su poema ‘En el arrebol de la tarde’:

En el azul
pronuncia una palabra que arborece, promesa de sombra,
y al nombre de tu amor
añade sus sílabas.

El poema es algo que arborece, pero que al mismo tiempo se proyecta hacia delante, que se dispara de sí mismo, «¿hacia qué? Hacia algo abierto, ocupable, tal vez hacia un tú asequible, hacia una realidad asequible a la palabra» (p. 498). Pero es justamente allí donde debe encontrarse con el otro cuyo nombre completa, pero para quien será también promesa de sombra. No es de extrañar que, tomando en cuenta que Celan consideraba al poema un acto esencialmente dialógico, un espacio en medio de una conversación entre un tú y un yo, la palabra que más aparece en su obra poética sea Du (tú).

¿Quién es ese tú? A veces, el lector, pero en otras ocasiones es el mismo yo del poema; a veces es una roca, un animal, su padre o su madre, su esposa, los musulmanes, los muertos o sus verdugos. Un tú compuesto al que se dirige el poema, un tú que llama, que busca, pero al mismo tiempo también funda: a través del poema se vuelve a fundar el lenguaje, ese alemán que, no lo olvidemos, para Celan era al mismo tiempo su lengua y la de sus verdugos. Pero además, se trata de la única lengua que posee Celan para guardar su memoria. En un poema titulado ‘Con varia llave’, escribe:

Varía tu llave, varía la palabra,
que puede revirar con los copos.
Según el viento que te empuja,
en torno a la palabra se aglomera la nieve.

El poema es una llave que activa la memoria, un viento que sopla y empuja, que hace moverse al lenguaje, que lo reconfigura, que le dota una esencia nueva, que desordena la nieve, ese objeto casi sólido, casi físico, en el que murió el padre de Celan en el invierno del 42, en el que murieron tantos judíos, gitanos, homosexuales y disidentes. El poema nos empuja a recordar la nieve, a escucharla. Y es en esa nieve, que también es el recuerdo y el lenguaje de los muertos, ese código irrecuperable de Auschwitz, en donde ha quedado depositado el recuerdo de los mayores crímenes humanos, es donde se produce el encuentro entre el yo y el tú. Entre nosotros y ellos, el pasado y el presente, los muertos y los vivos. Un encuentro que Celan describe así:

Barrido por el mordiente del
viento radiante de tu lenguaje,
el palabreo variopinto de lo vice-
vivido – el cien
lengüero falso
poema, el nadema.

Se trata del lenguaje alemán, vaciado ya de esencia por los crímenes del nazismo y que a Celan le golpea como un “viento radiante”, un viento glacial; se trata de las palabras nuevas, de la verborrea, del olvido, de esa poesía que Adorno consideraba ya irrisoria e imposible. Pero además se trata de un lenguaje falso, un lenguaje que Celan abiertamente rechaza, puesto que lo que designa es una realidad a medias, realidad vice-vivida. Es un lenguaje que ha dejado atrás a los muertos. Y continúa:

A torbellinos
libre
el camino a través de la nieve
de formas humanas,
la nieve de penitentes,
hacia las hospitalarias
estancias y mesas glaciares.

El poeta ha abandonado ese lenguaje obsoleto y se ha adentrado en la memoria, ese pasado turbulento, ese camino a través del recuerdo, de las palabras no pronunciadas y también de los cadáveres de las víctimas. Pero (y aquí es donde la maestría y erudición de Celan lo elevan hacia el Parnaso de nuestro siglo), lo que se describe es también literalmente un recorrido a través de un glaciar. La nieve de los penitentes es simultáneamente la de las víctimas del nazismo, como un fenómeno geológico conocido; así como lo son también las estancias y las mesas glaciares.

A través de la historia de la lengua y de la historia de Alemania, el poema encuentra ese espacio, esa habitación y esa mesa, en la que se producirá el encuentro definitivo con ese tú. El poeta se ha preparado para recibir esa palabra siempre postergada y ha viajado hasta el final de la tierra, hasta lo más profundo de los glaciares, para ese encuentro definitivo.

Y entonces, finaliza:

Hondo
en la grieta de los tiempos,
junto
al hielo panal
espera, un cristal de aliento,
tu irrevocable
testimonio. (p. 214)

La «grieta de los tiempos» es uno de esos cortes producidos en la superficie del glaciar que puede llegar a medir varios kilómetros de profundidad, es también ese espacio en el que el glaciar nos revela su antigüedad: cada capa de nieve corresponde a una época geológica distinta, en ella está grabada la historia del mundo, como si se tratara del archivo de nuestro planeta. Es justo allí donde Celan encuentra ese hielo panal, esa miel, esa palabra anhelada (la de su padre, su madre, sus hermanos, amigos y amantes), ese cristal de aliento que, al congelarse, ha quedado salvado para siempre, recuperable, como el vestigio de la existencia de los muertos. En esa mesa glaciar, en la calidez de la estancia, se producirá el encuentro y la miel del hielo panal será comida como agasajo de los muertos a los vivos que los han buscado. De este modo, Celan conseguirá transmitirnos esa palabra que en vida les fue quitada. De este modo podremos recuperar su irrevocable testimonio. El poema, que es una botella lanzada al mar, ha llegado a nuestras manos.

Edición consultada

CELAN, Paul. (2013).Obras completas. Madrid.asd: Editorial Trotta

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