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Poesía y reflexión: una relación clara en Octavio Paz

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1. Quizás sea ese el rasgo característico de la poesía moderna: el carácter autorreflexivo. Siempre, es claro,  que se considere por poesía moderna a la que actúa bajo un doble impacto: el de la Ilustración y su impronta –el pensar que sabe que se piensa y lo vuelve acto explícito como posibilidad de reintegrarlo (“objetivamente”, según la dicotomía sujeto/objeto) al proceso mismo del conocimiento- y el del Romanticismo, no solo por su ambigua “subjetivización” del conocimiento sino también, y especialmente, por la importancia otorgada a la historicidad de las formas artísticas. Solo bajo esta óptica, la forma artística vista como forma histórica, se puede rechazar o legitimar una forma artística determinada en un momento dado. Y solo bajo una óptica negadora de cualquier historicidad es posible una babelización tal de repertorios formales interactuando en el arte (y la poesía) como ocurre hoy. Con “carácter autorreflexivo” me refiero a un procedimiento, un modo de hacer que no ha dejado de reiterarse y que adquiere mayor profundidad a partir de fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Se diría más un mecanismo poético en su despegue durante el siglo XIX que se vuelve estrategia compositiva en el XX. Mallarmé descubría, hacía emerger esa característica constitutiva como si se tratase de una epifanía o de un desvelamiento: un misterio se ofrece a la luz de la razón. Un misterio que se muestra protegido por la intraducibilidad de un lenguaje. El mecanismo interno de Un golpe de dados no se traduce: Mallarmé es un simbolista des-estructurante per o simbolista al fin. Su léxico, al menos en ese texto, no es negociable. Pero lo que interesa es que toda una maquinaria de desvelamiento se pone en marcha un régimen de evidenciación de mecanismos y de procederes de construcción –que es, en realidad, de-construcción, no revelación porque no hay, lisa y llanamente, nada que revelar, al menos en la modernidad poética altamente secularizada– que en su fase mallarmeano-sorprendente parece anunciar –como lo hace Octavio Paz 70 años después con evidente caracterización re-interpretativa– un nuevo mundo poético que tampoco, sumados 50 años después a esa tardanza profesada por Paz, se ha cumplido. El nuevo mundo poético mallarmeano tocó tierra, precisamente, en el poema concreto(1). Octavio Paz fue consciente de la “concreción” de la visión mallarmeana y no tardó en sumarse a la nueva propuesta con un texto de creación: Blanco (1966), poema de concepción paralela al epílogo de la segunda edición de su libro de ensayos sobre poesía El arco y la lira (1967; primera edición: 1955), el ya célebre texto ‘Los signos en rotación’, claro homenaje, en su segunda parte, a Mallarmé y su poema-talismán. No solo en relación a Mallarmé: en relación también a lo que Paz escribe sobre Un golpe de dados, Blanco es un texto muy particular. Establece una perspectiva de relación singular con el texto reflexivo de Paz sobre Mallarmé. Dice Paz del poema mallarmeano: “En un ensayo que es uno de los más densos y luminosos que se hayan escrito sobre este texto capital para la poesía venidera, Maurice Blanchot señala que Un coup de dés contiene su propia lectura. En efecto, la noción de poema crítico entraña la de una lectura y Mallarmé se refirió varias veces a una escritura ideal en la que las frases y palabras se reflejarían unas a otras y, en cierto modo, se contemplarían o leerían” (2). La descripción de Paz del tipo de lectura al que aluden tanto Blanchot como Mallarmé es detallada y minuciosa: cubre prácticamente todas las variables de lectura posibles en tanto se siga la propuesta mallarmeana desde el ángulo de mirada de la materialidad del texto. Es precisamente el aspecto de poema que incluye su propia lectura señalado por Blanchot el procedimiento que Paz privilegia en Blanco, desde la advertencia al poema que es una verdadera guía. Hay una preocupación por la(s) lectura(s) “correcta”(s) en el caso de Blanco por parte de Paz  –muy diferente a la sobriedad, entre soberbia y tímida, de Mallarmé que, tal vez como buen simbolista, señala indirectamente en su ‘Prefacio’ posibles direcciones a la lectura a la vez que explica la función de la disposición espacial del poema- que amaestra al lector desde el arranque. Surgen 2 preguntas a raíz de esta encrucijada: una, ¿qué significación y alcance otorgaba Paz al texto que había escrito?; 2: ¿qué lector es el destinatario –en 1966– de este poema? Blanco tiene, desde el momento de su publicación, no necesariamente visto desde ahora –porque la distancia aumenta en inutilidad la advertencia preliminar–, varias significaciones, tantas como lecturas posibles que, por otra parte, no son infinitas: el azar no es ni la meta ni el destino compositivo de este texto. Ninguna de sus significaciones, si viene al caso decirlo, son oscuras o incomprensibles. Si hay una “novedad” en la poética de Paz a partir de Blanco, está en la “lectura plural” que el texto permite, en la organización del texto para la lectura plural. Muchos textos anteriores a Blanco en la poesía latinoamericana –desde la cercanía de fechas con Blanco: los poemas del “período de guerra” del movimiento de Poesía Concreta brasileño, situado entre la década del cincuenta y la del sesenta del siglo XX; luego los últimos fragmentos de Altazor (1919-1931), de Vicente Huidobro, y algunos fragmentos de Trilce (1922), de César Vallejo, para citar solo algunos casos notables: ninguno de estos textos muestra preocupación por una “posible mala lectura” de su escritura a causa de la fragmentariedad y el espaciamiento de la misma– permiten más de una lectura. Cierto que el destiempo de la escritura de Blanco es lo que viene a complicar la recepción y Paz lo sabe. El destiempo no es aplicable a la experiencia de la poesía concreta, por ejemplo. Aquí se trata de una elaboración a partir de la herencia mallarmeana –entre otras: las de Cummings, Pound, Maiakovski, Joyce– de una propuesta de poema que permite una lectura diferente (o múltiples) a raíz de la concepción distinta, ahora sí, crítica a riesgo de reducción de su alcance, esto es, radical, de lo que un poema es. No es un homenaje: es la prolongación de un legado. Paz escribe un poema cuya diferencia sustancial con el poema moderno y luego de vanguardia (latinoamericana) reside básicamente en la organización de la lectura como recorrido programado. Que la lectura reescribe el texto lo sabe el lector desde Borges en la literatura latinoamericana de manera explícita: Borges insiste. Pero también lo sabe por la escritura experimental que practica la recepción latinoamericana de las vanguardias históricas de las 3 o 4 primeras décadas del siglo XX. Mejor lo sabe Paz, poeta y pensador cercano a las manifestaciones de las distintas vanguardias. El “olvido” de ese linaje tiene un nombre: pasión, en el mejor de los casos. Además, encandilamiento.

2. El carácter objetual de Blanco desde su primera edición (tipografía de distintos colores, pliego desdoblable, utilización funcional de los blancos de la página, etc.) llama de manera intensa la atención sobre sí mismo. No es, sin embargo, el poema más problemático de Octavio Paz. Puede ser, incluso, el más simple. Su afán programático (al menos, programático de sí mismo) hace olvidar al lector que se trata de un bello poema (por encima de cualquier otra consideración) porque Paz insiste en transformarlo en funcional. La belleza es un problema para la reflexión estética moderna. Pero más problemática que la belleza –que no pierde ni por descuido formal su voluntad utópica– es la obligatoriedad de vínculo asignada al poema, la necesidad de aclarar lo no aclarable, de inteligir lo no inteligible. Uno de los saldos que libera la batalla entre la belleza y su derrocamiento es el concepto de funcionalidad poética, caballo de batalla de la modernidad que no oculta su trasfondo conceptual tecnocientífico (3). La poesía norteamericana del siglo XX –mejor: la visión pragmática del poema de parte de algunos poetas norteamericanos, incluso de los más grandes del siglo pasado, Pound y Williams, entre otros– ha tenido mucho que ver en esto. Así como hay una teórica, hay una pragmática del poema moderno. De la primera se ha dicho mucho: la herencia reflexiva que desciende del idealismo alemán, pasa por el simbolismo francés y desemboca en el pensamiento crítico-filosófico de Valéry. En este linaje, el pensador más importante del siglo pasado, en cuanto a profundidad de campo abarcado, es Maurice Blanchot. El suyo es un pensamiento que no elude la dimensión abismal de cierta escritura, los rasgos de imposibilidad del poema moderno, la tentación del silencio-límite siempre presente. También su escritura trae huellas del conflicto. La necesidad de claridad de la poesía norteamericana habla desde la orilla de enfrente. Para un pensamiento dicotómico evidente como el de Paz este enfrentamiento de actitudes que son diferencias de prácticas sería manifestación de lo mismo. Pero no puede ser parte de lo mismo una escritura que juega al borde de su desaparición de modo permanente que una escritura cuyo problema fundamental no es la escritura misma sino el mundo. Los poetas norteamericanos que derivan de los modernos hacen poemas, reverencian el sentido propio de la palabra poesía en un sentido técnico: se trata del hacer: la reflexión poética se subordina al producto hecho. La poesía heredera de la reflexión romántico-simbolista piensa el hacer: el poema pasa a ser las posibilidades de hacer el poema. La des-articulación de Un golpe de dados que es operada en el lenguaje por parte de Mallarmé no arroja luz sobre el poema: revela su dimensión oscura, participa lo insondable sin traducirlo. El hacer constituye al objeto y al objeto tomado como instrumento la funcionalidad. El poema debe funcionar como la “máquina de palabras” que es. La poesía de Paz –y Blanco es una buena prueba de ello– se mueve entre la reflexión –que nunca condiciona la existencia del poema: el poema triunfa, como objeto, como cosa, sobre la reflexión– y el hacer, pero no un hacer-en-conflicto. Hay una retórica bien asimilada por el poema que no lo condiciona: el juego entre afirmación y negación constantes, la puesta en cuestión del hablante, la consignación del lector como autor, rasgos comunes a una poética heredera de la modernidad más experimental y, por eso mismo, des-estructurante. Eso enriquece retóricamente al texto que se mueve, sin embargo, hacia una resolución sin perturbación. Tampoco tiene perturbación alguna su reflexión sobre la poesía. Consigna, registra, polemiza,  no padece. Parece que las crisis del poema y de su reflexión son momentos que no definen ni alteran la consideración “a perpetuidad” que el poema reviste. El poema, como la reflexión sobre el poema, no acabará nunca. Sus crisis son condición de su existencia. Tal vez por esa misma confianza de Paz en la duración de lo poético su poesía resista la problematización del poema y tal vez por esa misma confianza no exista problema en su reflexión.

 

Notas:

1. Augusto y Haroldo de Campos y Décio Pignatari: Teoría da poesía concreta; Sao Paulo, Duas Cidades, 1975; 2da.edición ampliada.

2. Octavio Paz: La casa de la presencia. Poesía e historia; Obras completas 1; edición del autor, Barcelona-México, Círculo de lectores-Fondo de Cultura Económica, 1991-1993, pág. 263.

3. Ver: ‘La nueva analogía. Poesía y tecnología’, en Octavio Paz: El signo y el garabato; México, Joaquín Mortiz, 1973. Otra versión del mismo texto se recoge en La casa de la presencia. Poesía e historia; obras completas I, edición del autor; Barcelona-México, Círculo de Lectores-Fondo de Cultura Económica, 1991-1994.

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