Cine
Lucy a la luz de Mi tío en América
Recientemente vi dos películas que, extrañamente, tenían mucho en común. Lucy, escrita y dirigida por Luc Besson, es una película que probablemente muchos lectores ya han visto o verán, y la otra es Mi tío de América (Mon oncle D’Amerique) de Alain Resnais, proyectada hace poco (una sola vez y en una sala pequeña) en el Ochoymedio, durante el festival Eurocine.
Plantear que estas películas tienen algo en común podría sonar extraño si pensamos en las diferentes trayectorias de sus directores. Besson es considerado el más norteamericano de los cineastas franceses: sus películas se asemejan a las grandes producciones de Hollywood, recogen en taquilla muchísimo dinero y son más apreciadas en Estados Unidos que en su país natal (numerosos cineastas e intelectuales franceses lo consideran una vergüenza nacional). Alain Resnais, quien falleció en marzo de 2014 a los 91 años, por otro lado, es justamente el tipo de cineasta respetado por artistas e intelectuales, asociado con la Nueva Ola francesa, e incluso más estrechamente conectado con el grupo Left Bank, que se caracteriza por su interés en la literatura y las artes plásticas y su identificación con políticas de izquierda. Hiroshima mon amour (1959) es su película más reconocida. Por ello, podría resultar muy extraño (ofensivo para algunos) comparar el cine de Besson con el de Resnais, pues parecen ser polos extremos del cine francés.
Sin embargo, cuando veía Lucy pensaba en Mi tío de América. Para empezar, las dos películas están estructuradas de manera similar. Mi tío de América es particularmente fascinante porque combina una suerte de documental —en el que el científico y filósofo Henri Laborit comparte sus teorías sobre el comportamiento humano— con una ficción, compuesta por varias historias protagonizadas por actores franceses muy conocidos (incluyendo Gerard Depardieu), que justamente se comportan de la manera descrita por Laborit. Es decir, Resnais parte de las teorías reales de un científico y las complementa con historias ficticias que ilustran esas teorías. Gracias a una edición impecable, Resnais entreteje ambas partes (documental y ficción) y el resultado es un texto muy profundo, divertido y por supuesto —como no podría ser de otra manera con Resnais— de un alto nivel intelectual, sobre el comportamiento humano, los patrones que nos conducen hacia conductas violentas, y qué podemos hacer como especie para tomar conciencia de nuestra naturaleza y evolucionar.
Lucy, por su parte, lejos de ser una propuesta intelectual, es puro entretenimiento y es muy exitosa como tal, a diferencia de la gran mayoría de películas de Hollywood estrenadas este verano (según IndieWire, la ganancia total de taquillas en el verano 2014 es el más bajo desde 2006). Lucy seduce al espectador con los colores, las luces, los cortes, la puesta en escena, la dirección de arte, las actuaciones (particularmente la de la protagonista, Scarlett Johansson). Lo que tal vez más me llamó la atención fue el trabajo impecable de edición, gracias al cual podíamos seguir la acción y la narrativa de la película sin un instante de tedio.
Besson utiliza varias de las herramientas de edición y estructura usadas por Resnais en 1980. Al igual que Mi tío de América, Lucy se estructura alrededor de dos espacios, el espacio de ella (el que domina la película) y el espacio del científico, el profesor Norman, interpretado por Morgan Freeman (en un papel muy similar al que ocupa en Transcendence, una de esas olvidables películas de Hollywood). Mientras el profesor describe a estudiantes y colegas los hallazgos a través de investigación sobre el ser humano, específicamente su hipótesis sobre qué sucedería si el ser humano llegara a utilizar un porcentaje mayor de su cerebro, vemos a Lucy vivir precisamente el proceso que él está describiendo. Narrativamente, la semejanza consiste en que Mi tío de América también utiliza a un científico (espacio de la ciencia) para narrar lo que le está sucediendo a un personaje. La diferencia es que en Mi tío... el científico es una persona real, y este elemento documental es un aporte informativo, educacional y, sobre todo, experimental. Aprendemos de lo que nos enseña Laborit, y al mismo tiempo, estamos entretenidos por la historia de ficción. No se podría decir lo mismo de Lucy, porque la información que nos da el profesor es falsa (la teoría que postula de que solo usamos 10% del cerebro que él profesor repite como hecho científico es un mito popular que ha sido ya refutado). Sin embargo, el profesor cumple con el mismo objetivo narrativo que el científico en la película de Resnais. Ambos personajes son utilizados estratégicamente como hilos conductores que sirven para explicarle al espectador lo que está sucediendo con un personaje.
Luego, Besson se toma muchas libertades en la edición que normalmente no veríamos en una película de Hollywood; Besson puede ser muy norteamericano en muchas cosas, pero sigue siendo francés. Así, me llamó la atención el acto recurrente de cortar a imágenes asociativas para subrayar o acentuar una situación, un recurso usado por Resnais en Mi tío de América. Por ejemplo, en los primeros minutos, cuando el novio de Lucy (que lleva un sombrero de cowboy, código visual que indicaría que no es de fiar) le pide que deje una maleta en un hotel, Besson corta a la imagen de un ratón parado al lado de una trampa con queso. Para los miembros del público que aún no entendían que Lucy estaba entrando en una trampa, esta imagen lo hace obvio. Para los que ya lo entendían, este corte reflexivo agrega humor a la situación. En Mi tío de América también hay cortes a imágenes de conejillos de indias en laboratorios para ilustrar el comportamiento del personaje y su naturaleza. El mensaje es, por supuesto, que somos igual de inteligentes (o estúpidos) que un ratón. La película, sin embargo, no nos trata como a tontos. El hecho de que el director nos lleve a hacer esta conexión entre el personaje y un ser exterior a la narrativa es una manera de hablarnos como seres pensantes e invitarnos a participar en el storytelling. El espectador aprecia ese tipo de gesto.
Las semejanzas no solo están en la forma, sino también en el contenido. En términos generales, ambas se refieren al comportamiento humano, con diferentes niveles de profundidad. Resnais también dirigió Fog and War, el primer documental que utiliza archivo para mostrar los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, y en Mi tío de América hace, en última instancia, un comentario sobre las guerras, los campos de concentración, que se repiten en la historia de la humanidad. Si no tomamos conciencia de estos patrones destructivos, nos dice Resnais, seguiremos reproduciéndolos por la falta de espíritu crítico para examinarnos. Como resultado de ello, nos hacemos daño, creamos pathos que se materializan en enfermedades que deterioran la vida, a nivel individual y de la humanidad. Salir de ese ciclo significaría una evolución para nuestra especie. El mensaje de Resnais, a pesar de que esta película es una comedia, es serio, y nos hace reflexionar sobre nuestros propios patrones de comportamiento y sus consecuencias.
El mensaje de Lucy sigue la misma línea de pensamiento pero superficialmente. Frente a imágenes de la historia del mundo, Lucy dice: “Tantos años de existencia, ¿qué hemos hecho con ellos?”. Esta historia pretende hacer las veces de un fast-forward de la historia humana que, trivialmente, excluye guerras, campos de concentración, genocidios. Al llegar al presente, muestra ciudades iluminadas, millones de personas, una población que se mueve sin cesar, que no se detiene a pensar. El mensaje sería que al utilizar solo una fracción de nuestro cerebro no hemos sabido aprovechar nuestra imaginación e inteligencia. Cuando Lucy empieza a utilizar más del 10%, pierde el miedo, el dolor físico y el deseo, porque estos estados mentales pasan a ser controlados por el cerebro. Al perder el miedo, ella piensa solo en sobrevivir y en reproducir su conocimiento para las siguientes generaciones: es decir, en la evolución de la especie.
Mi tío de América está esencialmente centrada en la condición humana; para Resnais no tenemos que ser sobrehumanos para cambiar nuestro accionar.
Solo hace falta desarrollar un pensamiento crítico. La protagonista de Lucy, en cambio, al utilizar un porcentaje más alto de su cerebro, se hace menos humana, más robotizada. No obstante, con superpoderes o sin ellos, fetichizando o no la tecnología, ambas películas coinciden en que tenemos que evolucionar como especie o seguiremos cometiendo los mismos errores.