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El Telégrafo
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La voz de los intelectuales ecuatorianos

La voz de los intelectuales ecuatorianos
21 de octubre de 2013 - 00:00

Xilografías de Eduardo Kingman, quien también fue parte del grupo de artistas que se pronunciaron sobre España. Fuente: Archivo Documental y Biblioteca del CCBC.

Dentro de la investigación que se ha hecho y que se sigue haciendo sobre la Guerra Civil Española, las relaciones de Hispanoamérica y, específicamente, la relación de sus intelectuales con ese conflicto han sido poco estudiadas, más allá de los casos de tres o cuatro figuras de renombre internacional: Pablo Neruda, César Vallejo, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén. Este libro sobre intelectuales ecuatorianos y la Guerra Civil es el primero de una colección que pretende abarcar todos los países de Hispanoamérica.

La llegada de la República promovió para muchos intelectuales progresistas de Ecuador e Hispanoamérica la posibilidad de un reencuentro –en términos fraternales, libre de tensiones y prejuicios– con la antigua Madre Patria, un reencuentro que se vivió con enorme pasión e intensidad durante los años de la Guerra Civil. De manera cuantitativamente menor pero igualmente apasionado, hubo un sector de intelectuales simpatizantes de la España tradicional que veían la llegada de la República como una amenaza a los valores tradicionales que había que parar. Jamás, en los países de Hispanoamérica, se había escrito tanto sobre España: poemas, narraciones, obras dramáticas, testimonios de primera mano, crónicas, ensayos, artículos periodísticos y panfletos; jamás, por otra parte, desde la lucha por la Independencia, se había visto una movilización tan fervorosa de los intelectuales por una causa política.

La Guerra Civil Española sirvió no solo para redibujar las relaciones entre España y sus colonias de antaño, sino que también cristalizó de manera dramática la politización creciente de la literatura que había tenido lugar en cada país americano desde los años treinta (debido al impacto de la llamada Gran Depresión). Lo que sucedía en la península planteaba, a ojos de los intelectuales de Ecuador y otros países de Hispanoamérica, un espejo para sus propias tensiones y modelos para remediarlas. Por eso, este proyecto permite también una certera radiografía del campo intelectual y la situación política de Ecuador –y los demás países– en los años treinta.

Ecuador y la Guerra Civil Española. La voz de los intelectuales incluye una sustanciosa introducción general, que trata la situación política y cultural del país en los años treinta, y luego el impacto que tuvo la guerra en la política y sobre todo en el campo intelectual. A continuación, ofrece una selección de textos, que no se limita a las obras de figuras canónicas, sino que abarca a numerosos intelectuales que plasman su experiencia o su visión de la Guerra Civil mediante la palabra escrita. Los testigos de la guerra, y asimismo los editores y columnistas de los medios de comunicación, asumen a su manera el papel de intelectuales durante el conflicto. Una presentación individual sitúa en el contexto de los años treinta y de la movilización de intelectuales en torno a la guerra española, a cada uno de los más de noventa autores o medios de comunicación.

Niall Binns es autor de los libros La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil (Barcelona, Montesinos, 2004) y la antología Voluntarios con gafas. Escritores extranjeros en la guerra civil española (Madrid, Mare Nostrum, 2009), entre otras publicaciones ensayísticas y poéticas.

Los siguientes son breves fragmentos sobre la Guerra Civil de autores incluidos en el libro Ecuador y la guerra civil española. La voz de los intelectuales:

Demetrio Aguilera-Malta, ‘¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica’ (1937)

Acá en San Jerónimo, hay los efectos de una bomba gigantesca. Parece la boca de un monstruo milenario. Por la explosión, le han caído trozos innumerables de edificios encima. Es un verdadero cráter. Al fondo se divisan pedazos de cañería rota. Construcción desquebrajada de ladrillos. Cables. Tierra que se abre en mueca trágica.

Por calle Mayor abundan los destrozos. Muchos cafés han sido arrasados. La calle se agrieta por todas partes. Por todas partes, se agrietan los edificios. Por todas partes, se agrieta el rostro de los hombres.

Doña Rafaela no sabe por donde anda. No siente los pies. Es como si volara. Tiene una mirada extraña que le hace ver como mundos irreales todo cuanto le rodea. Pero avanza. Avanza. Por un lado. Por otro. Tratando de captar la ciudad por los cuatro costados. Lo que más le horroriza son los efectos de las bombas de Atocha. Ha visto un edificio arrancado por la mitad. Es algo espantoso. Parece que, con una hacha gigantesca, de millones de toneladas, manejada por un coloso, le hubieran dado un corte formidable. Se ven todos los pisos. Todos arreglados. Con sus muebles correspondientes. Como si se tratara de una exposición de interiores.

Jorge Carrera Andrade, ‘Carta al general Miaja’ (1938)

La muerte viene roncando por el cielo
y siembra en la ciudad sus flamígeros huevos
que alumbran un planeta de polvo, de madera y de vidrio
y dejan en las casas lienzos enrojecidos;
mas, General, tu mano, luminoso castigo,
rápida se levanta en el vacío,
y el avión encendido
a la tierra se lanza, tobogán infinito.

Crecen en las trincheras los cabellos, las uñas,
se pudren las calabazas y la luna,
las camisas negras se vuelven inmundas,
después de los asaltos de la lluvia
las hojas muertas yacen insepultas;
pero Madrid no será tomado nunca.

Gonzalo Escudero, ‘Fábrica del mundo’ (1938)

No pasarán.
Como no pasa el tiempo en los relojes congelados.
Las antenas de escarcha de las orejas saben
que esta península es un puño del hombre
en la cuenca de un mapa iluminado,
contra los maremotos y los generalísimos,
los gases deletéreos
y las langostas púrpuras de los obispos.
Esta península es un golfo del hombre,
la desembocadura de la tierra incendiada
que alarga deltas de alarido
hasta las madres, acantilados gélidos
de las madréporas de los niños.


Nelson Estupiñán Bass, ‘Saludo del negro ecuatoriano a la España leal’ (1938)

Desde esta tierra ardiente
a la que los ríos se esfuerzan por bajarle la rabia,
España leal,
en el primer cumpleaños de tu desangre
te saludo con el machete en alto,
el saludo del negro ecuatoriano que siente que en su carne se escribe tu tragedia.


Negro
cuyos antepasados,
transportados de África como si fueran bestias,
vinieron a meterle candela a la América india,
el saludo mío
es el saludo fraternal de millones de hombres
que corren por mi sangre en tumultos.

Nela Martínez, ‘La lucha en España’ (febrero 1939)

Todos los indígenas del Ecuador saben que en España se desarrolla una lucha a muerte entre los ricos que viven de explotar al pobre y el pobre que trabaja por los ricos. Por eso cada vez que nuestros compañeros llegan del campo nos hacen la misma pregunta: Y cómo van los compañeros de España? No hay más sagrada adhesión que esa pregunta llena de temores pero también de esperanzas. Los trabajadores ecuatorianos han identificado su destino con el destino de los trabajadores españoles, por eso es tan grande la emoción que experimentan cuando se les habla de España. Ellos saben que allá en España, que un día fuera la dominadora de los mundos, que un día conquistara nuestra América, están los hombres luchando por una causa que nos es común: por la libertad.

Pablo Palacio, discurso en un homenaje a ‘España Leal’ (febrero 1938)

La España leal está actualmente defendiendo la causa de la libertad mundial. De ella depende el futuro de la democracia, siempre en ascenso, en sus varias formas, hacia el fin de la igualdad humana, que es el ideal que todo ser racional prefiere.

Nuestro deber es ensalzar a España leal, prestarle todo el apoyo que nos sea posible, ponernos a su lado, que ese es el lado de los verdaderos hombres.

Alfredo Pareja Diezc anseco, ‘Los poderes omnímodos’ (1964)

El último viraje de don Fede había ocurrido en el mes de noviembre, cuatro meses después de la traición de Franco a España. Hasta ese noviembre, don Fede, timorato y risueño, permitió que los intelectuales se movilizaran en favor de la República española, dieran conferencias y convocaran a grandes manifestaciones de trabajadores. ¡No pasarán!, gritaban, como los milicianos, los amigos de la librería. ¡No pasarán!, se gritaba en los desamparados locales obreros, donde solo había sillas de estera sin brazos, papel periódico y mesas rústicas. ¡No pasarán!, era la voz de todos, la voz de los amantes, de los poetas, de las carretas, de los ilusos, de los adolescentes, de la cholería del puerto; era la voz de Dios y la de los ángeles, de las mujeres que preservaban al hijo, de los ancianos que aún querían vivir, de las frutas y la buena lluvia, del mangle bravío, de los siglos pasados entre el dolor y la esperanza. ¡No pasarán!, era el saludo y el adiós, el buenos días de las mañanas y el hasta luego de las tardes, el ritmo de las guitarras y la valentía de los peleadores del suburbio, era la voz de las canciones, que ahora empezaban todas con aquello de “puente de los franceses” y seguían con el invento de palabras estimulantes.

Jorge Reyes, ‘España viva’ (julio 1938)

Durante estos dos años nos hemos sentido españoles en el corazón, nos hemos dolido de las tristezas del pueblo español y hemos deseado vivamente su triunfo. Pero todo esto ha sido sentimental, afectivo, sin contacto alguno con el mundo exterior, con la materialidad de las cosas, sin cuya participación el afecto no pasa de ser algo espiritual, que nos eleva acaso, pero carece de importancia. De todas las latitudes del mundo han salido voces de adhesión a España. Pero la tarea efectiva no se ha cumplido aún. Nadie ha querido hacer lo que debía. Unos pocos hombres de inteligencia se perdieron con el fusil tendido contra las tropas fascistas internacionales que, como en 1808 las francesas, han penetrado en suelo español y pretenden apoderarse de él. Renn, Ralph Fox, Lukacs, Regler, algún otro más. Y, en otro sentido, Malraux, Ehremburg, Cowley, Last...

Pero nadie más. Los otros permanecemos orondamente acomodados en nuestras habitaciones, mientras los bandidos fascistas asesinan mujeres y niños de España. No tenemos el sentido ni la conciencia de nuestra responsabilidad.

Carlos Vela Monsalve, ‘España después del 18 de julio’ (1937)

Nos sentíamos atraídos hacia esa tierra española. Presentíamos que de los viejos cofres de su historia había de sacar las armas y la fe con que asombrar de nuevo al mundo... Y quisimos verlo. Bordeamos los Pirineos, los traspusimos por Dancharinea, y en el puente internacional tuvimos ya la gran satisfacción de ver la bandera rojo y gualda que España incorporaba nuevamente a su acervo nacional. En todo el viaje, hasta Elizondo, y luego a Pamplona, sentimos la grata emoción de los caseríos embanderados, de los pequeñitos alegres con el saludo efusivo de ¡Viva España!, de las gentes sonrientes que extienden su mano abierta hacia los cielos... No hay nada de puños cerrados ni amenazantes, no se ven ceños adustos ni caras trágicas, y a la bandera sangrante, arrancándole la hoz y el martillo, se le ha puesto un brillante jirón de oro auténtico de España. ¡Esto es España!

Benjamín Carrión, ‘La voz de los poetas’, prólogo a la antología de poetas y artistas plásticos Nuestra España (1938)

Todos los poetas del mundo con la España leal.

Aquí, en esta tierra mía, la voz de los poetas lúcida, rectilínea, exacta, hizo –desde el principio de la gran traición– el cántico angustiado de la tragedia del pueblo español. Aquí, en esta tierra cuyos hombres están nutridos de las esencias más profundas de lo hispánico, y las esencias de lo hispánico son primordialmente de raíz popular, los poetas, y con ellos los ensayistas, los críticos, los novelistas, los artistas en general, se pusieron fervorosamente del lado de la causa de la España libre. Sin discrepancias ni vacilaciones. Sintieron todos la solidaridad de la cultura en peligro; sintieron todos la solidaridad del pensamiento, al que los bárbaros quieren encadenar. Sintieron todos el dolor y la rabia de España –de la única, que es la España de los Españoles– y lo sintieron duro, como en la carne propia.

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