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Ecuador, 26 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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De las palabras a los hechos

La importancia de la palabra

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Dentro de las lenguas, la palabra ha sido siempre considerada el mayor ‘contenedor’ de significado. No hay mejor manera de conocer una lengua y una cultura que a través de sus palabras.

La palabra es la expresión de los recursos que las diversas culturas usan para llamar a las cosas. Esta nominación no es arbitraria, pues esconde la historia, el recorrido, la manera de ver el mundo de una sociedad. De ahí que las palabras sean fundamentales para entender la realidad.

Las palabras que usamos dan cuenta también de cómo somos, de nuestra manera particular e individual de ver el mundo. Son testimonio de nuestra historia personal y de cómo esa historia se ha ido articulando a lo largo de generaciones con otras historias y otras realidades. Por ejemplo, últimamente he hablado mucho de la violencia simbólica machista y racista que se ejerce con el lenguaje. Las palabras que se usan para referirse a las mujeres o diversos grupos étnicos y sus realidades expresan cómo vemos el mundo, cómo nos han educado, cuánto de violentos hay en nosotros. Y las palabras, aunque no sean soeces o violentas en sí, expresan mucho. Por ejemplo, cuando un hombre, en lugar de rescatar las cualidades profesionales de una mujer, destaca su belleza. Cuando es importante que pase a hablar y a expresarse ante un público solo porque es hermosa y no por otra razón, ahí, las palabras están expresando la violencia, el hacer menos al otro, convertirlo en un objeto.

Las palabras dan también cuenta del ADN de nuestras culturas. Por ejemplo, el uso de diminutivos en el español andino esconde tras de sí siglos de dominación y de ‘sentirnos menos’. Es una manera de suavizar las peticiones, de no mirar a los ojos. No obstante, también es una manera de expresar cercanía, cariño. Si bien estas palabras llevan el signo de cierta ‘vergüenza’ se han resignificado para romper barreras. El uso de diminutivos, como en el caso de las expresiones ‘no sea malito’ o ‘por favorcito’, puede ser mal visto por quienes pertenecen a una cultura cuyas palabras son ‘duras’ e ‘imperativas’; sin embargo, para nosotros pueden ser una manera de cortesía, aunque estén determinadas por una historia poco cortés.

Con estos pocos ejemplos, vemos cómo la palabra es tan importante como expresión de lo que somos. Por lo general, los hablantes no reflexionamos acerca de la historia de nuestras palabras, no nos detenemos a pensar cuál es el recorrido ni cuáles son los significados de lo que decimos. Las usamos como herramientas conocidas, cuyo uso dominamos. Pensemos, por ejemplo, en las veces que, al cepillarnos los dientes, hemos caído en cuenta de cómo está compuesto el cepillo. Aunque la comparación pueda parecer un poco burda, es lo que sucede con las palabras: están ahí, siempre estuvieron ahí, y las usaremos en la medida que nuestra competencia de hablantes nos lo permite.

Sin embargo, de vez en cuando sí es necesario pensar sobre lo que decimos, sobre lo que esconden las palabras que usamos, especialmente para no caer en errores. Y con errores no solo me refiero fallas sintácticas u ortográficas, sino a ignorar nuestro mundo, nuestros ancestros y a aquel que está a nuestro lado.

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