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Esa inteligente ‘caja boba’

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22 de septiembre de 2014 - 00:00 - Raúl Zibechi, Escritor uruguayo

El debate sobre la televisión y los medios audiovisuales debe ser uno de los más importantes y abarcativos que se producen en estos momentos en el mundo, a juzgar por la cantidad de artículos periodísticos y la proliferación de libros. El debate se ha instalado y hasta los más destacados pensadores han decidido que llegó la hora de tomar partido o adentrarse en el análisis; filósofos, sociólogos, antropólogos y un largo etcétera se han propuesto poner la lupa sobre un fenómeno social que, como pocas veces en tan poco tiempo, amenaza con trastocar —si no lo ha hecho ya— elementos clave de la sociedad y los modos de convivencia actuales.

“Creo que dedico demasiado tiempo a mirar televisión y simultáneamente me reprocho no leer ya lo suficiente o no hacer otra cosa.” Quien pronuncia esta frase no es un ciudadano del montón que busca desenchufarse de la rutina laboral y familiar haciendo zapping sino uno de los pensadores contemporáneos más destacados: el filósofo francés Jacques Derrida. Al parecer, los hábitos cotidianos que promueve la cultura globalizada del fin del milenio atraviesan clases sociales y se instalan con la misma fuerza en los medios artísticos más creativos y entre los intelectuales más concienzudos que entre los ciudadanos ‘comunes’, cuestión que, mirada en perspectiva, parece toda una novedad antropológica que puede indicar, incluso, una verdadera mutación en los hábitos del género humano.

Aunque Derrida se muestra más partidario de alcanzar un uso alternativo de la televisión, otros —como el italiano Giovanni Sartori—, creen que constituye un verdadero peligro para la democracia ya que la conversión del homo sapiens en homo videns “está cambiando la naturaleza del hombre”. Pero aunque el aserto y la preocupación del italiano parezcan exageradas no es el único intelectual que piensa así. El sociólogo francés Pierre Bourdieu —en uno de los más penetrantes ensayos respecto al tema, ‘Sobre la televisión’— sostiene que la tevé puede acabar convirtiéndose en instrumento de opresión simbólica y todo un peligro para la vida política y la democracia.

Entre la densa y extensa literatura acerca de los efectos de la tevé sobre individuos y sociedades destaca una porción nada desdeñable dedicada a la influencia de la pantalla chica en los niños, considerada, casi unánimemente, perjudicial. No obstante, en el debate en curso tienden a confundirse los contornos y acciones recíprocas entre las causas y las consecuencias del fenómeno: ¿es la televisión la culpable de la desertización de la vida cotidiana y el empobrecimiento de los vínculos? ¿O sirve apenas como elemento amplificador de un proceso que atraviesa la sociedad desde hace algunas décadas?

No todo es telebasura

Hipercríticos frente a este medio que apenas tres décadas atrás nadie podía suponer que extendiera “su influencia al conjunto de las actividades de producción cultural, incluidas las artísticas y científicas”, Bourdieu, al igual que Derrida y Subirats, dice de todas maneras no manejar un discurso ‘apocalíptico’. El español se dijo partidario de la necesidad de desarrollar ‘estrategias’ que apunten a modificar los contenidos actuales de la oferta televisiva. Derrida sostiene por su lado que los receptores de mensajes deben realizar “un trabajo de resistencia, de contrainterpretación vigilante” de lo que hacen “periódicos, diarios, semanarios y noticieros de televisión”. Bourdieu señala a su vez que su enfoque procura evitar “una variedad de materialismo de poca altura intelectual, asociada a una tradición marxista, que no explica nada, que denuncia sin sacar a luz nada”.

Hay quienes reivindican inclusive el papel formador que tienen algunos programas y las posibilidades de información que brinda la tevé a grupos que de otra forma no tendrían acceso a los bienes culturales. Es el caso de tres investigadoras argentinas, Graciela Peyrú, Adriana Puiggrós y Adriana Zaffaroni. Para Peyrú, pedagoga, no es cierto que la televisión atonte a los chicos. Cree que puede aumentar el conocimiento de los grupos humanos y sus culturas así como la capacidad para percibir conflictos e informaciones: “Como televidentes entrenados —dice—, a los 11 años los chicos ya pueden decodificar los complejos códigos de la televisión”. Aunque reconoce que la tevé puede interferir en los procesos de aprendizaje de la lectoescritura, Peyrú afirma que los males de la tevé pueden acotarse siempre que los padres elijan los programas que los chicos pueden ver y que prohíban férreamente el zapping.

En la misma línea, la también pedagoga Puiggrós opina que el problema no es la tevé en sí sino su baja calidad y, sobre todo, los monopolios mediáticos. Puiggrós apuesta a una tevé educativa y pone como ejemplos el Discovery Channel o series como Los Simpsons. La socióloga Zaffaroni va algo más allá y afirma que para los excluidos de los consumos culturales “la televisión es un medio de socialización que de otro modo no tendrían y una forma de estar conectados con las nuevas tecnologías”.

En los últimos años han cobrado cuerpo análisis que desmienten, parcialmente, la idea de una audiencia pasiva que representa a los medios como una ‘aguja hipodérmica’ que inyecta mensajes en la mente de sujetos pasivos. Esta corriente hace hincapié en la necesidad de representar a la audiencia como un agente activo toda vez que relevamientos de campo demuestran la limitada capacidad de los medios para persuadir a los televidentes. No existiría —sostiene— una audiencia sino una pluralidad de audiencias, en función de la pertenencia a culturas determinadas, clases sociales y del diferente posicionamiento en la estructura social.

“Es la cultura de las audiencias la que realiza el trabajo de apropiación del medio”, razona el sociólogo español Javier Callejo Gallego, exponente de una corriente que desplaza el centro de gravedad de sus análisis de lo que sucede en la pantalla a lo que sucede frente a ella. La diferencia entre esta concepción y la de quienes consideran al televidente como un sujeto pasivo y manipulable estribaría entonces en el punto de mira que se adopta.

Una de las principales conclusiones que cabría extraer de los análisis cualitativos de la audiencia es el carácter instrumental del consumo televisivo. El aumento en la oferta de canales y la multiplicación de televisores en el hogar, así como el paso de un sujeto que se conectaba con el mundo cuando pulsaba el power al de un telespectador que selecciona el mundo que desea consumir en virtud de una amplia oferta, “han traído una distancia afectiva con el medio y la tendencia a concebirlo más como un instrumento-pantalla, disponible para el consumo, que como un mensaje”, destaca Callejo. Para este analista, las clases populares, que algunos intelectuales ven como una suerte de ‘carne televisiva’, están ‘ausentes’ en su relación con la pantalla, “lo que les permite permanecer fieles a sí mismas, a sus certezas y rituales cotidianos”, porque la televisión “no irrumpe ni interrumpe, simplemente mantiene la actividad de sus audiencias”. Incluso el zapping puede ser entendido como una forma de consumo dinámica, más propia de los jóvenes y los adultos de clase media, frente al consumo más estático de las amas de casa y los varones de las clases populares.

Las formas estáticas o dinámicas de consumo tienden a superponerse con el consumo intensivo y el extensivo. Así, quienes dedican poco tiempo a ver televisión lo hacen de forma intensa, ven varios canales simultáneamente y les prestan mucha atención, mientras quienes están muchas horas frente al aparato tienden a no cambiar de canal pero le prestan poca atención. Esta última sería una forma de consumo más pausada, marcada por la abundancia de tiempo libre (amas de casa, jubilados).

Por el contrario, los jóvenes “proyectan su lógica transformadora en la relación con la televisión” haciendo zapping, práctica que se muestra como una metáfora del espíritu del tiempo, observa Callejo. En ellos predominaría una relación instrumental con la tevé, una forma de satisfacer los momentos que pasan dentro del hogar, pero también un distanciamiento valorativo respecto a ese medio.

¿De dónde provendría entonces tanta insatisfacción con las programaciones? Según Callejo, de una suerte de negociación permanente que deja insatisfechos a todos los miembros de la familia: así como las amas de casa buscan a través de la tevé mantener el orden familiar y evitan todo aquello que lo perturbe, los varones apuntarían a establecer a través del medio una relación constante con el espacio público (política, fútbol). Las clases populares mantendrían gracias a la tevé una relación evasiva con la realidad y las medias una suerte de distinción por intermedio de lenguajes formalizados. “El resultado es paradójico: para estar reunidos ante la pantalla, en referencia a la unidad familiar, los respectivos miembros de esta ceden en sus gustos, con lo que, al final, el conjunto familiar se encuentra ante programas que no satisfacen a ninguno, que no les gustan, solo por el hecho de estar junto a los demás.”

Ciertamente, la posición social tiene su reflejo ante la pantalla. En los casos de las clases más necesitadas aparece como una forma de legitimidad. En el otro extremo, las clases medias visualizan la tevé como amenaza, ya que hábitos y lenguajes propios de los sectores desplazados (en particular los de los jóvenes) irrumpen en la pantalla chica. Sin embargo, la tan temida desestructuración familiar que la televisión generaría, para analistas como Callejo no es tal sino que el aparato termina poniendo a cada sector en su lugar.

El huevo y la gallina

Si los estudios de los comportamientos y hábitos de las audiencias coinciden en que las clases populares tienden a elegir programas que las evaden de la realidad, que las clases medias en ascenso se inclinan por los programas de formación e información, que las amas de casa adquieren un compromiso con una serie y la siguen y que el consumo televisivo de los jóvenes está signado por la inmediatez, no se estaría más que reflejando los roles sociales existentes (“la relación con la televisión es capaz de condensar las relaciones con la sociedad”, resume Callejo). A ello habría que agregar que la audiencia, habitualmente, no elige tal o cual programa sino ‘ver televisión’. En suma, la tevé “viene a ser la práctica presente cuando no hay otras prácticas”, concluye el investigador español. En la misma línea, se pueden visualizar los conflictos familiares acerca del uso de la televisión como un reflejo de la distribución de poderes en la familia: mientras la mujer tiende a disputar el aparato para desplazar al varón —sentado frente a la pantalla ‘central’ con el mando en la mano— los jóvenes aspiran a la tele en el cuarto, como forma de garantizar la independencia. Pero difícilmente se deje de hacer lo que se tiene que hacer por estar sentado frente a la pantalla, una realidad que lleva a pensar que las horas que se dedican a ver tele son parte del tiempo restante o ‘vacío’.

Ciertamente, todos los estudios actuales demuestran que los nuevos medios audiovisuales crean mayores y mejores condiciones para ejercer un control social más profundo y, sobre todo, más cercano al sujeto y más sutil, por ‘invisible’. Pero no llegan a establecer que sea la televisión la culpable del incremento del control social ni de la fragmentación o el desinterés de los ciudadanos por la suerte de sus semejantes y de ellos mismos. Por el contrario, se trata de tendencias que vienen creciendo y afirmándose, por lo menos, desde la década del cincuenta, con un breve paréntesis hacia fines de los sesenta, como afirma Cornelius Castoriadis.

La ‘crisis del sentido’ que, siguiendo a este autor grecofrancés recientemente fallecido, caracteriza a la sociedad actual, parece encontrar su reflejo en el producto televisivo. Si los seres humanos han renunciado a la autonomía y a la creación, el consumo refleja esa opción histórica. La historia de la modernidad puede leerse como el entrelazamiento de dos dinámicas: “la significación de la expansión ilimitada de un supuesto dominio pretendidamente ‘racional’ sobre todo” y, paralelamente, “la significación de autonomía individual y social, de la libertad, de la búsqueda de formas de libertad colectiva, que corresponden al proyecto democrático, emancipador, revolucionario”.

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