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Chabuca Granda, la brisa de Lima

Chabuca Granda, la brisa de Lima
03 de febrero de 2013 - 00:00

Hay quienes sostienen que las ciudades sólo pueden ser aquello que sus artistas pinten, escriban o compongan sobre ellas. No están muy lejos de la verdad.

Hace treinta años, Lima resignó gran parte de su belleza, su misterio, sus aromas y sus sonidos; tras la muerte de Chabuca Granda, la capital peruana quedó huérfana de las canciones con que ella le recordaba su señorío colonial. Y ya no fue la misma.

El escritor Mario Vargas Llosa llegó a decir que esa Lima “acaso nunca existió, salvo en los poemas, las tradiciones y los valses” que alguna vez compuso su compatriota.

Vida en contrapunto

Chabuca -curioso destino de mujer sensible y observadora- “refundó” musicalmente a Lima pese a que no nació ni murió allí. Y alcanzó más fama y reconocimientos, en vida, fuera del Perú que dentro de él.

De hecho, podría afirmarse que la partitura de su vida se escribió siempre en contrapunto. Fue una limeña nacida en la sierra; católica practicante y a la vez supersticiosa; tan firme en su carácter como endeble físicamente; y fue una renovadora del folclore de su país, sin jamás haber estudiado letras o música. 

Desde niña se destacó por su bella voz, que la hacía imprescindible en los actos escolares. Pero, pícara e inquieta en su comportamiento, a veces quedaba fuera de programa como penitencia. La paradoja es que, por entonces, no le gustaba la música tradicional de su país, sino las modas foráneas como el charleston.

Descubrió el folclore peruano ya con un pie en la adolescencia, a través de los valses tradicionales con que la maravillaba el pianista y compositor Carlos Saco Herrera. Y casi al mismo tiempo llegaron a sus oídos los ritmos afroperuanos, en los que más tarde dejó su marca como creadora.

Atrapada a disgusto entre la pacatería y los deberes impuestos por la sociedad limeña de la época, Chabuca postergó sus afanes artísticos para ser primero “lo que se esperaba de ella”. Se casó con un militar y tuvo tres hijos. Recién al divorciarse, rondando los 30 años, empezó a componer. Pero pasó todavía otra década hasta que tomó coraje para cantar sus creaciones en público. Tras una cirugía que conjuró un cáncer de laringe, su voz ya no tenía la claridad de otrora: “Se había hecho ronca, me cansa con facilidad y es entrecortada. Por eso mis canciones son entrecortadas y por suerte descubrí la olvidada y tan nuestra síncopa”, reconoció la cantautora.

La brisa de Lima

Sus composiciones evolucionaron al paso de lo que su garganta toleraba y su inagotable curiosidad requería. Partieron de una estructura más o menos convencional para luego dejar atrás, poco a poco, la rigidez en la métrica y la rima. Cantante de voz menuda, se movía con comodidad en el verso libre: le permitía “ronronear” a su gusto, dilatar o contraer las palabras para encajarlas en los matices expresivos adecuados, y acompañarse de gestos y mohínes que definían su estilo y cautivaban a su público.

“Musicalmente ella es un genio de nacimiento”, la definió su amigo el poeta César Calvo. Componía en la guitarra, o silbando las melodías que su inspiración -y algunas influencias, como la de Pablo Milanés, a quien admiraba profundamente- le dictaba, para que luego alguno de los notables arreglistas con los que trabajó las trasladara al pentagrama. Sus valses, marineras, zamacuecas o landós eran eso pero también algo más. No estaban envasados al vacío. Se rozaban, se abrazaban y en ocasiones se confundían para dar origen a una mixtura que cierta crítica jamás comprendió. 

Tampoco le faltaron acusaciones de “desnaturalizar” al vals criollo. Justo a ella, que lo revitalizó hasta darle estatura universal. Algunos estudiosos, en cambio, como la cantora y folcloróloga peruana Rosa Elena Chalena Vásquez, reivindicaron su aporte en la experimentación sobre las formas y en la recreación de géneros del folclore peruano como el landó. Chabuca, por su lado, siempre sostuvo que su arte no era folclore, sino que apenas hacía “canción popular, y de ella solamente juglaría”.

“Si a la gente le gusta después de cincuenta años, entonces se convertirá en folklore”, afirmaba convencida.

No fue necesario esperar tanto tiempo para comprobarlo. Poco después de su fallecimiento, ya resultaba complejo imaginar una “Lima de veras” sin su voz y su música. O aguardar en el “Puente de los suspiros” el paso distinguido del “Zeñó Manué”, seguido de cerca por “La flor de la canela”. Como ella misma escribió: “Dicen que hubo alguna vez / una Lima zandunguera / alfombra jacarandá / que tenía su quimera. / Soleada cerca a los cerros / y mojada junto al mar / dicen que hubo alguna vez / una Lima de bandera”.

Esa que, hasta hoy, solo flamea cuando es agitada por la brisa del talento de Chabuca Granda.

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