¿Vos sabés la cantidad de pendejos que andan con mi libro? A esos pibes nadie les habla, no tienen interlocultor. ¿Sabés lo que debe ser que encuentren un libro de alguien que fue igual que ellos? Para ese pibe de 14 o 15 años, mi libro está vivo. De los 30 años para arriba, no me interesan los lectores(1) . Tras salir de una cruenta dictadura, Argentina atraviesa por unboom cultural que se extendería a lo largo del alfonsinismo y que terminaría banalizado y prostituido durante la burbuja neoliberal de Menem, quien consiguió poner de su lado a los grandes nombres del pop rock y a escritores antaño considerados de izquierda. Más allá de esta cultura oficial hipercomercializada, existieron personajes que prefirieron quedarse en el under o ‘engrudo’(2) porteño, ya sea para defenderse de los nostálgicos de la dictadura —la cual todavía ejercía una poderosa violencia física y simbólica en la cotidianidad de los argentinos— o porque desde la marginalidad extrema era el único lugar donde se podía crear discursos artísticos radicales y una sensación de comunidad. Vivían como okupas en teatros derruidos, daban recitales con micrófono abierto, se travestían, peleaban con la Policía y compartían jeringas. Fallecieron en medio de la pobreza con VIH o por sobredosis, y hoy solo queda con vida un cansado Enrique Symms y el Indio Solari con su ejército de 300 000 feligreses que cada año acuden a sus misas ricoteras en la pampa. Estos ‘perdedores hermosos’(3) hoy son objeto de culto, pero su obra y pensamiento han sido tácitamente censurados por las empresas mediáticas, de allí que es mucho más fácil encontrar sus nombres en las paredes desconchadas de conventillos del conurbano que en los periódicos y librerías. El escritor más relevante de esta movida subterránea fue José Sbarra(4), una suerte de Manuel Puig gamberro de voracidad lectora borgiana y humor filoso lumpen a lo Osvaldo Lamborghini. Pese a todos estos atributos, en vida solo consiguió publicar su obra ‘para adultos’ mediante la autogestión. Actualmente sus libros son una rareza y las reediciones se encuentran en editoriales pequeñas o gracias a la piratería: LA RATA no tiene editor responsable ni tampoco registro de propiedad intelectual. Los libros de LA RATA no se venden en librerías, se consiguen en nuestros puestos clandestinos o se roban en las casas de la gente que pagó diez dólares el ejemplar(5). Sbarra también era un guionista de televisión y teatro destacado, escribía en revistas de tiraje y tradición como la infantil Billiken y la versión argentina de Playboy. Tuvo a su alcance el mundo de las vedettes, la fama y sus lujos, pero su naturaleza apuntaba hacia algo muy distinto. La mayor parte de su dinero la invertía en drogas y en mantener en funcionamiento iniciativas culturales de carácter popular y transgresor como talleres literarios para jóvenes de escasos recursos, comunidades terapéuticas y su mítico Circo de Poesía, el cual incluía a travestis, músicos y performers de varias disciplinas. Sbarra vivía en sótanos comunales, rodeado de sus amigos y amantes, gustaba de las orgías pentasexuales y de largas sesiones de psicoactivos, pero no por ello descuidaba la escritura, ocupación a la que dedicaba la mayor parte del día. Lo que nunca le perdonó la cultura oficial a Sbarra fue su notorio desprecio hacia la frivolidad de los consagrados, su desdén hacia las nociones de éxito artístico y sus anquilosados mecanismos. Los mismos hábitos de consumo y declaraciones que en exhibicionistas como Calamaro eran motivo de aplauso social, en tipos como Sbarra, Symms o Prodan ameritaban redadas policiales. Como escritor, Sbarra desarrolló una voz capaz de conjugar lo juguetón y pop con la sordidez extrema. Recurrió a esquemas clásicos y a diálogos directos e hilarantes. Su manejo del lenguaje es sencillo, pero sin abusar de lo coloquial ni del argot. Carece de palabras rimbombantes o descripciones morosas, lo cual dota a su obra narrativa de una velocidad análoga al cómic. Lugares comunes como la lluvia o la luna que conmueven a los poetas psicopáticos en Marc, La Sucia Rata y Plástico Cruel son abordados con tal maestría que —sin perder la cursilería indispensable para sostener al personaje— no resultan engorrosos. Sobre los dos libros mencionados reside el grueso del culto sbarriano. En Marc, la Sucia Rata, la historia arranca con el intento de suicidio frustrado de un delincuente juvenil, quien desarrolla una relación de amor–odio con el policía que lo ‘rescata’. En diálogos desopilantes y políticamente incorrectos, Marc cuestiona abiertamente a su salvador sobre el valor de los padres, la autoridad, la moral y el amor; se desarrollan a la par de varias píldoras narrativas de gran belleza, “Los pros y contras de hacer dedo”, intentos de Marc por convertirse en escritor y encontrar un sentido a su vida. En estos fragmentos la constante es la necesidad de huir hacia el mar, el cual encierra en sus aguas la promesa de una sexualidad plena y sin hipocresías. Nadie pensarla que están oligofrénicamente solas, que acarician fetiches, que juegan a la muerte, que escuchan sus carcajadas, que se sienten perseguidas por el cobrador de sus antiguos e impagables placeres. Nadie diría que están tristes y lloran. Ellas que sobornan con plumas al porvenir y restauran con cosméticos todos los desgarramientos. Nadie llegaría tan lejos como para descubrir que si no fueran reinas morirían de orfandad. A nadie se le ocurriría pensar que viven monstruosamente desamparadas, perdidas como los niños de los cuentos. En su empecinada actuación de reinas nadie las oyó nunca derribar la frivolidad de sus palacios con un grito y nadie atestigua el terrible llamado a una madre que detrás de la soberbia efectúan de rodillas. Caravana de travestis(6) Ni Marc ni el policía son explícitamente homosexuales, pero a lo largo de sus hilarantes encuentros se vuelve evidente la tensión sexual entre los personajes. El hombretón convencional y uniformado se siente fascinado como un pajarillo ante una serpiente por la libertad absoluta del gamberro. Marc lo sabe y usa su poder de seducción para evitar arrestos. El policía va más allá de su deber profesional al buscar su compañía, dando pie a ser secuestrado. Su inconfesable búsqueda de amor se estrella contra la realidad: Marc pertenece a una especie distinta, una que repudia el orden y a sus esbirros. En sus manos, el policía es un juguete roto al que puede vejar. La escena final plasma la impotencia del policía superado por ese adolescente irónico que pese a su desfachatada libertad jamás llegará a conocer el mar. Aquí entra en escena el propio conflicto personal de Sbarra, quien era abiertamente homosexual y anarquista, lo cual le llevó a varias crisis depresivas, no tanto por la persecución de la sociedad, frente a la que se mostraba desafiante y libre, sino a las “limitaciones de mercado” para conseguir una pareja. Sbarra era un hombre lúbrico y enamoradizo, combinación que resulta contraproducente cuando se debe encajar una ruptura amorosa. Muchos de sus intentos de suicidio están relacionados con su incapacidad para sobrellevar su descomunal capacidad amatoria cuando esta no encontraba la respuesta que él deseaba. Tras el éxito callejero de la edición de Marc, la Sucia Rata, es invitado a Moscú para escribir el guion de una película a partir de la novela. Renuncia a sus trabajos estables y emprende ilusionado el viaje hacia el país eslavo, donde es tratado como una pequeña celebridad, consume drogas y amantes exóticos, le prometen publicar un tiraje de diez millones de ejemplares de su libro traducido al ruso y al polaco, pero todos sus sueños fueron truncados por Mikhail Gorbachov. Los cuervos comen no sé qué en la nieve. Los veo por la ventana. Moscú de invierno es la tristeza. La tentación de ser triste. Todo Moscú con sus cuervos y su nieve, con sus ramas dolorosas me recita en el oído: suicídate. Mi informe sobre Moscú(7) Sbarra tuvo la mala fortuna de llegar a la Unión Soviética en el momento en que era desmantelada por las reformas de la perestroika, con lo cual los fondos estatales ofrecidos para financiar la película fueron retirados. Deprimido, siente un golpe todavía más fuerte cuando en el aeropuerto de Ezeiza constata que Gustavo, su pareja en dicha época, lo ha abandonado. Mi informe sobre Moscú es una narración en pastillas en la que se entrecruzan el imperio que se derrumba con los padecimientos románticos del autor, lo cual lo convierte en un libro a medio camino entre el documento histórico y la autobiografía. Como epílogo al texto aparece ‘Pterodáctilos’, una desgarradora prosa poética sobre la fidelidad de dos reptiles voladores en la era más estrambótica de la Tierra. Su obra maestra es Plástico Cruel, la cual Sbarra escribió “para demostrar que el amor no existe. Que el amor es cultural, que la vida es sexo, que en el sexo estaba todo claro y no lo conseguí”(8). Diálogos punzantes, alucinaciones narrativas y el diario del travesti enamorado ‘Bombón’, poeta y puta, enmarcan la tragicómica relación amorosa entre Axel El Cerdo y la aristocrática Linda Morris. Tu culo pequeño, con olor a talco y del color de la apariencia. Mi lengua subversiva explorando tu culo de mujer burguesa. Mi pija entrando en la cueva de la alta sociedad. Tu boca tragándose al héroe de la noche. Tu garganta dejando el paso libre al semen de los marginados. Los engranajes de nailon de tu cerebro haciendo girar la rueda de la culpa. Creyéndote inteligente porque sufres, Plástico Cruel, amo tu estupidez. Plástico Cruel Sexo escatológico, crítica social, farsa y traición son los materiales salvajes que se cuecen a través de un idioma casi cinematográfico. El atormentado mundo interior de estos personajes abyectos, pero terriblemente vulnerables, que juegan a ser criminales de poca monta para disimular sus carencias afectivas, los prejuicios de clase y género de la frívola Linda, pero sobre todo su erotismo desbordado y profundo dolor hacen de Plástico Cruel un libro trepidante apto solo para lectores de estómago y risa fuertes. La periferia de Buenos Aires con sus baños públicos, donde se desarrollan talleres de poesía y ventas de drogas, sus sótanos sin calefacción poblados de ratas mascotas, pero sobre el proceso de autodestrucción de una generación entera que tras la dictadura creía ser libre, ignorando que previamente ya habían sido condenados por una sociedad que gusta del tolete sobre sus cabezas para evitar erecciones y humedades socialmente inadecuadas pero físicamente electrizantes. Pese al aura de malditismo que rodeaba a la vida de Sbarra, también escribió varios libros infantiles considerados clásicos como Cielito, Andy el paseador de perros y El beso del vampiro, el cual encierra una poderosa metáfora sobre el VIH, virus que terminaría por matarlo en 1996. Su legado pervive gracias a la difusión boca a boca, homenajes callejeros, películas y adaptaciones teatrales póstumas, pero sobre todo por sus cada vez más numerosos lectores, quienes se pueden identificar en muchas de las aventuras tiernamente crueles de La Sucia Rata o de el Cerdo. Notas 1.- Symms, Enrique (1992, octubre). ‘Coger, drogarme y escribir’ (Entrevista a Sbarra). Revista El Cazador N° 1. 2.- Sus cultores optaron por usar el término ‘engrudo’ en lugar de under como una muestra de rechazo al colonialismo cultural anglófilo posdictadura. 3.- Título del disco solista de Luca Prodan y definición perfecta para aquellos héroes malditos como Batato Barea, Federico Moura, Miguel Abuelo, José Sbarra, entre otros. 4.- Su apellido verdadero era Caputo. No se conoce a ciencia cierta su fecha de nacimiento, pues el mismo Sbarra creó varias leyendas alrededor de su infancia, pero se estima que fue en 1950. 5.- Contratapa usada por Sbarra en las ediciones autopublicadas en su editorial pirata, el cual inauguró con su poemario Obsesión de vivir. 6.- Fragmento, incluido en Marc, La Sucia Rata. 7.- Libro escrito a partir de su viaje a Rusia y publicado de forma póstuma por la editorial independiente Palabras Amarillas. Una primera versión de menor tiraje fue repartida por la familia de Sbarra durante su funeral en 1996. 8.- ‘Coger, drogarme y escribir’, op. cit.