La pérdida de calidad de los recursos naturales es un hecho que se evidencia por la presencia de actividades mal orientadas, entre las cuales está la turística, consecuencia de un inexistente ordenamiento territorial del espacio en que estas se desenvuelven.
En turismo los atractivos son recursos no perecibles y fuentes inagotables de ingreso, que es, sin duda, nuestra más fuerte y segura posibilidad de crecimiento, de ahí que es inexcusable no contar con propuestas capaces de poder competir sin angustia en un mercado cercado por una producción mundial que nos absorbe a pasos agigantados.
Hay que tener una concepción clara del espacio turístico al que siempre nos referimos en todo planteamiento que, por una parte, son los atractivos emplazados en un territorio en cuestión y, por otra, el equipamiento de servicios más la infraestructura básica que, unidos, constituyen el producto turístico, sobre el que, solo entonces, opera la oferta y la demanda.
Esto nos lleva a considerar aspectos complejos que resolver, como por ejemplo:
-Concretar un sistema turístico sobre la base de realidades tangibles, capacidad de respuesta y exigencia de la demanda.
-Establecer formas de ocupación del territorio y necesidades de superficie por actividad e intensidad.
-Definir capacidad ecológica y límites turísticos de las reservas naturales.
-Determinar límites de dilución ambiental de áreas en general.
-Control de posibles agresiones al paisaje natural original.
-Compatibilizar a la actividad turística con la actividad propia del ambiente natural.
-Proyectos turísticos con normas de protección ambiental, etc.
Quedan muchas otras dimensiones que pudieran establecerse, pero lo importante es el reconocer que, al amparo de un esquema debidamente definido, podemos evitar una posible errada orientación de servicios y actividades o, lo que es peor, sobredimensionamientos que, al saturar un determinado entorno, malogren y terminen por anular al atractivo.
En la naturaleza el paisaje no se diseña, se adapta, cosa que no ocurre con un parque urbano, donde el ambiente natural es inventado en función de la participación
humana.
Cosa similar sucede con el turismo rural que es, de algún modo, naturaleza intervenida por el hombre. El paisaje aquí siempre será una meta, así como el acervo cultural de sus pobladores, solo que estos lugares requieren una sostenida intervención del Estado, tanto capacitando, a quienes lo habitan, en el cuidado de su medio natural, como facilitándoles normas de servicios turísticos, previendo que aspiraciones a rentabilidad no terminen por degradar el ambiente.
Es que como la ciencia ecológica no tiene una firme postura con fines recreativos, el turismo aparece como la actividad estratégica en el control de impactos ambientales y beneficios económicos.
Propuestas referidas a nuestras potencialidades, como bien puntualiza el columnista, economista Humberto Mancero, claro que son viables, si nos habituamos a hacer las cosas contextualmente y con conocimientos.
Vicente Nevárez Rojas
Consultor