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El Telégrafo

¿Por qué la fijación con el pito?

02 de junio de 2014

Hace casi 2 años que me convertí en una ciclista urbana. Para ser sincera, las vías de Guayaquil me resultan mucho menos peligrosas de lo que creía. Se requiere pedalear –eso sí– con algo de cuidado, pero nada que amerite el miedo desmedido que se ha instalado en el imaginario local. Los conductores no son asesinos. No.

Pero sí son insoportables cuando les da por aplastar el pito todo el tiempo. En una ciudad donde el tráfico se ha vuelto, de forma sistemática, más denso –¿estamos camino a correr el mismo destino que Quito, luego de años de no encontrar soluciones de tránsito efectivas?–, es aún increíble que no existan vías o reglamentos para una adecuada circulación de ciclistas. La carencia de zonas de circulación exclusivas para bicicletas –hasta que existan– está resuelta de una forma muy sencilla: la Ley de Tránsito le otorga preferencia en las vías a los ciclistas.

Y no, eso no significa que podemos circular a nuestro antojo por cualquier parte de la calzada. No nos interesa, porque eso sí es peligroso. Lo que queremos es convivir. Lo que implica la preferencia que tenemos los ciclistas es que no tenemos por qué parar según el capricho de cada conductor que nos quiera adelantar y ocupar la minúscula parte de la vía que necesitamos para transitar. Pero por encima de todo, significa que no tenemos por qué aguantar que nos piten en las orejas. El claxon es el último recurso para avisar de un peligro, no para decirnos ‘Quítate tú pa’ ponerme yo’.

María José Cabrera

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