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El Telégrafo

Nebotitis

04 de mayo de 2014

Enfermedad auditiva que sufren los guayaquileños por décadas por culpa de ordenanzas municipales que obligan a pagar exorbitantes impuestos a los espectáculos públicos de artistas internacionales.

Guayaquil, conocido como ‘el último puerto del Caribe’ por su música tropical, amante de la buena salsa, la pachanga, el son cubano y el guaguancó en la actualidad, sufre una castración auditiva. Guayaquil, cuna del rock ecuatoriano, de grupos como Barracuda, Corvets, Boddega, Blaze y más. Años más tarde, fue perseguido el rock and roll, satanizado por los socialcristianos. En esta larga agonía de carencia de espectáculos internacionales, los jóvenes guayaquileños miran con envidia y con rabia a los capitalinos cómo se divierten con Paul McCarney, Metallica, Elton John y demás.

Guayaquil, que en el pasado fue un puerto alegre y divertido, se ha ido transformando en una sociedad sorda, apagada y ausente de música a nivel internacional. Lamentable tener un alcalde que aborrece la música. Pregunto, ¿han escuchado cantar una canción al Alcalde alguna vez?, ¿al menos tararear un tema de moda?, ¿bailar en algún acto público? Me gustaría saber qué piensa la primera autoridad de la ciudad-puerto sobre música. Me imagino que habrá leído al filósofo alemán Federico Nietzsche, quien sabiamente sentenció: “El mundo sin la música sería un absurdo”.

El burgomaestre guayaquileño -que dice amar a los jóvenes-, en lugar de crear espacios con instalaciones, con escenarios para que jóvenes músicos experimenten y formen su conciencia artística, prefirió -sin consultar a sus ciudadanos- construir una pila acuática sonora de 3’000.000 de dólares, que solo funciona por las noches. Mamotreto carísimo que, a mi criterio, no hace sino menospreciar el talento y la creatividad musical de los jóvenes guayaquileños.

No hay posibilidad de que vengan grandes artistas ni cantantes, peor grandes grupos. Con ese concepto de que la cultura debe estar en los museos, el Museo Municipal intenta meter a la ciudad en una sala pequeña del museo cada junio. En realidad, con su programa ‘Musimuestras’ -mal organizado- ha intentado por varios años mostrar los múltiples géneros, ritmos y artistas de la música en general, en una sala donde no caben ni 250 personas: repletas, sofocadas e incómodas. La cultura musical, tratada de ese modo es lamentable, además de que margina a la mayoría de la población. Solo pocas personas pueden obtener un escaso conocimiento. Y eso que el Museo Municipal lo dirige el mejor arquitecto entre los historiadores y el mejor historiador entre los arquitectos.

Por otro lado, el derecho al baile, a la diversión, solamente está permitido en julio y octubre, cuando vienen unos pocos artistas invitados para animar las fiestas de fundación e independencia. Es decir, solo dos veces al año tiene derecho el pueblo a divertirse, a bailar, a gozar; el resto del año está negado. Lamentable concepción de ciudad, nada metropolitana sino un concepto de pueblito, de parroquia.

Los dos diarios guayaquileños de la prensa privada que apoyan al burgomaestre no se han manifestado al respecto, por el contrario, con su silencio cómplice han ayudado a expandir la enfermedad auditiva, la ‘nebotitis’.

Freddy Russo

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