Según la tradición griega, Atlas era un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros los pilares que mantienen el equilibrio de la Tierra. Resulta que, sin saberlo, hay hombres entre nosotros que cargan ese peso del mundo. Isabel Allende cuenta que camino a casa en San Francisco, Ca., se detuvo a un costado de la carretera y lloró cuando en la radio anunciaban que Nelson Mandela había partido.

Es increíble cómo un hombre es igual a millones. Nos gustan los héroes de verdad, los que fracasan y se levantan como ‘colosos’, pues no hay nada igual a una historia auténtica, que será contada infinitas veces y que será siempre nueva. El conocimiento a favor de la reconciliación entre las civilizaciones no es fácil, es complejo, arriesgado, temerario y loco, pero acertado cuando una visión lúcida, inteligente, imaginativa y pragmática lo sueña en su celda de Robben Island y levanta una nueva Sudáfrica, después de siglos de guerras raciales.

No es secreto que el uso de la tierra ha sido desde siempre el detonante de toda guerra, pero tampoco es secreto para nadie que la búsqueda de la paz ha movilizado a miles de millones de seres humanos desde tiempos inmemoriales, y es un triunfo de la humanidad conquistar por una generación esa sensación de bienestar, pues, como pocas cosas en la vida, levantar con dignidad la cabeza, recordar y saber que la reconciliación es posible, que el pasado es una pesadilla que no va a repetirse a la mañana siguiente, hace a los gigantes inmortales. Y, como todo héroe, Nelson Mandela estará en nuestra memoria cuando, en medio de una crisis, el camino de los grandes sea el único pilar para nuestra familia.

Juan Francisco Rodríguez