Hay fechas en la historia de las naciones que su sola mención agita y conmueve el alma de los pueblos. Son tan importantes que permiten la persistencia de los más nobles sentimientos de la nacionalidad.
En nuestro país hay dos fechas sublimes y de recordación eterna, que en orden cronológico son el 9 de Octubre de 1820 y el 24 de Mayo de 1822. Debemos, como ecuatorianos, conservarlas intactas en la memoria y en el corazón.
En el gran Guayaquil hay mucho por hacer; por ejemplo, la transformación de la gran ciudad de hecho en la gran ciudad de derecho que incluya el cantón Durán y las parroquias de La Puntilla y La Aurora, y tantas obras grandes y pequeñas que Guayaquil requiere con extremada urgencia para convertirse en la verdadera capital de la Patria Grande latinoamericana.
Los 200 años de la independencia de Guayaquil nos esperan y se encuentran ya al frente de nuestros ojos. Y, para empezar los festejos, qué mejor que la construcción de una plaza digna de la gran ciudad: la Plaza de la Patria, que debe situarse en un lugar estratégico que invite a la formación de un nuevo centro citadino en todos sus aspectos, con una superficie concordante a su importancia.
Aspiro a que las autoridades de todos los niveles que tengan competencia para erigir la Plaza de la Patria, y todas las obras de festejo del Bicentenario octubrino, no obstruyan este proyecto con equivocadas interpretaciones que impidan la celebración cívica del pueblo.
Bernardo Morán Ramírez