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El Telégrafo

La noche de Navidad

20 de diciembre de 2013

La Nochebuena era una noche mágica, los niños cantaban villancicos al niño Dios y esas bellas melodías enternecían el alma de los familiares reunidos en los hogares alrededor del pesebre. Reinaba una gran paz en espera de que llegara la medianoche para ir a la Misa de Gallo y admirar el artístico pesebre donde nacería el niño Dios.

Al término de la misa los parroquianos caminaban a  sus hogares, deteniéndose para ver los nacimientos con bombillas de todo color, en el silencio de una oscura noche de titilantes estrellas y luceros en la que reinaba la paz y el amor.

Al llegar a los hogares les esperaba una suculenta cena de Navidad y  con el vecino compartían un platito del delicioso pavo con un sabroso relleno de nueces, ciruelas pasas, frutas confitadas. Obviamente no podía faltar el pan de pascua. El vecino  correspondía con sus delicias culinarias, preparada en especial para la cena. Bueno, era una competencia de manjares.

Volvamos a los niños. Adormitados, saboreaban el sabroso pavo, pero a la expectativa de sus medias, donde el niño Dios depositaría sus juguetes, pero el poderoso sueño los vencía, entonces su padre o su madre, con  cariño, los llevaban a sus camas. Con los primeros rayos solares despertaban y, alborotados, rompían la envoltura de la caja que contenía los juguetes.

Pero en aquella noche también reinaba la tristeza de niños  con sus caritas tristes y manitas mugrientas pidiendo caridad, un mendrugo de pan o un juguete viejo. Al término de la noche, acurrucados en un frío portal, dormían abrazados a una bolsita con caramelos que algún generoso parroquiano les dejó como obsequio.     

Héctor García Rivera

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