Todo análisis que nos propongamos sobre el manejo del sector turismo debe contener, como piezas de un rompecabezas, componentes y fundamentos que son cimientos de la estructura que hace posible la existencia de la actividad turística.
En el libro publicado, de mi autoría: “El desarrollo del turismo en el Ecuador”, hace ya algunos años, advertía de la concurrencia de alrededor de 30 aspectos que debían considerarse en esta actividad, tan diversos, que consignan conceptos que van desde lo antropológico hasta los específicamente productivos y aquellos que guardan estrecha relación con el cuidado ambiental, que es un terreno poco explorado y sin la debida dirección de protección y aprovechamiento.
El engranaje de estos aspectos de manera correcta es lo que permite ir al encuentro de un eficiente sistema turístico contenido en regulaciones generales y particulares, según sea el caso, que rijan para todo el territorio ecuatoriano.
La actividad turística, cuando no es dejada al arbitrio del mercado, tiene tanto para los turistas como para los habitantes residentes, la capacidad de dar origen a una sinergia de efectos económicos y sociales de extraordinarios beneficios, siempre que, además, se impulse una acción planificada en el marco del desarrollo del país.
La efectiva inserción en la actividad turística y los propósitos que se tengan, por ejemplo, para sectores productivos como el agrícola y comunidades campesinas en general que habitan en entornos naturales, solo es posible bajo un régimen vinculante y, sobre todo, articulado con centros de distribución y de estadía para una determinada área geográfica.
Y en tanto se interpolen ciudad y áreas naturales, las llamadas rutas turísticas deberán sumar servicios, tal como sucede con los corredores de estadía, comprendido en alojamiento, comida y recreación variada a lo largo de su recorrido, o contener centros de escala si es que median grandes distancias que obliguen a pernoctar por más de una vez mientras se cumple el cometido del viaje.
Cualquier entorno -natural o urbano- complace a plenitud al visitante, cuando se muestra en medio de comodidades. Los atractivos se venden, más que por sus atributos, por su capacidad para satisfacer las expectativas del turista.
No olvidemos que la actividad turística está referida al espacio y de su “calidad espacial” depende la planificación del uso de los atractivos; es un aspecto sensible, sobre todo, para el turismo receptivo.
Y en el marco de este discernimiento, finalmente, no puedo dejar de mencionar la importancia que tiene saber si el acceso a los servicios turísticos y recreacionales, en el ámbito interno, corresponde con el derecho al uso del tiempo libre que consta en nuestra Constitución, tanto por la existencia de espacios vitales, cuanto por la capacidad de consumo, al menos, de las mayorías.
Vicente Nevárez Rojas
Consultor
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