Todos los seres humanos anhelan el bienestar. De un modo u otro, se busca estar bien y vivir vidas plenas. Sin embargo, al observar el entorno se encuentra que los distintos individuos pretenden hallar el bienestar de diferentes maneras y en distintos ‘lugares’, muchas veces sin encontrarlo. Los seres humanos ven la realidad de distintas maneras y tienen diferentes formas de entender la felicidad, de modo que aquello que se establece como un ideal de vida para unos (generalmente influenciados por un contexto cultural), puede resultar como algo indeseable, incluso reprochable para otros.  Frente a la falta de consensos en este ámbito cabe preguntarse: ¿Existe algo que como seres humanos produzca bienestar, independientemente de nuestros ideales y creencias individuales? ¿Existe algo que sea bueno para todos? En el imaginario colectivo de la cultura dominante se ha instalado la idea de que las riquezas materiales, la belleza, el prestigio, incluso la fama son los elementos esenciales para alcanzar un mayor grado de bienestar y felicidad. Pero, ¿son estos factores realmente los que pueden llevar a lograr un alto grado de plenitud y satisfacción con nuestras vidas? Un estudio de la Universidad de Harvard, realizado a lo largo de 75 años, apunta en una dirección distinta. Este estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto se planteó responder la interrogante con respecto a qué factores mantienen a un ser humano sano y feliz durante su vida. El estudio, probablemente uno de los más extensos que se hayan realizado jamás en este ámbito, observó durante un período de 75 años el transcurrir de la vida de 724 hombres, indagando ampliamente cada año sobre diversos aspectos de sus vidas, como el trabajo, la familia y la salud. Para llevar a cabo dicho estudio se requirió que varias generaciones de investigadores continuaran con dicha labor, hasta que finalmente el doctor Robert Waldinger, el cuarto director que tiene a su cargo el proyecto, entregó algunas reveladoras conclusiones del mismo. El estudio, realizado en Estados Unidos, partió en 1938 estudiando a dos grupos de hombres. El primer grupo estaba conformado por jóvenes aventajados, estudiantes que cursaban el segundo año del colegio de Harvard; el segundo grupo era integrado por adolescentes pertenecientes a los barrios más pobres de Boston. En el segundo grupo, los investigadores eligieron a chicos que pertenezcan a familias más disfuncionales y marginales de Massachusetts. A los sujetos estudiados se les hicieron exámenes médicos exhaustivos y una serie de entrevistas, tanto a ellos como a sus familiares, para de esta manera formarse una imagen completa y detallada sobre sus vidas y las situaciones que atravesaban en ese punto de su historia personal. Los adolescentes crecieron bajo la lupa de los investigadores, llegando a tomar rumbos de vida diferentes, desde obreros industriales hasta albañiles, abogados, médicos, incluso uno llegó a ser presidente de Estados Unidos. Algunos desarrollaron adicciones, como el alcoholismo, otros pocos sufrieron enfermedades psiquiátricas, como la esquizofrenia. Unos escalaron desde los estratos socioeconómicos más bajos hasta las cúpulas más adineradas de su medio social. Otros, en cambio, vivieron el proceso contrario, descendiendo desde su cuna adinerada hasta la más paupérrima pobreza material. A lo largo del estudio los participantes se vieron sometidos cada año a una serie de cuestionarios, escaneos de sus cerebros y revisión de todos sus registros médicos. Adicionalmente, se realizaron entrevistas a sus familiares, se los observó y registró en video interactuando con sus familias y conversando de sus preocupaciones más profundas con sus esposas.   Los resultados que arrojó el estudio son tajantes y no dejan lugar a dudas: Tener buenas relaciones con los que nos rodean es el factor más relevante para el bienestar, la salud y la felicidad humana. Los investigadores llegaron a tres conclusiones fundamentales a partir de su investigación, según afirma Waldinger: 1.- Las relaciones sociales son fundamentales para el bienestar humano, mientras que la sensación de soledad mata. Aquellos hombres que tenían una mayor conexión social, ya sea con su familia, sus amigos o su comunidad, vivieron vidas más largas, saludables y plenas, que aquellos que no generaron estos lazos sociales. También observaron que el aislamiento social no voluntario es sumamente nocivo, tanto para el ánimo como para la salud física, y que las funciones cerebrales de los hombres que se sentían solos se deterioraron con mayor velocidad a partir de su madurez. 2.- El aspecto más relevante dentro de las relaciones sociales no es la cantidad de contactos, sino la cualidad de las dinámicas y la calidad de los lazos que se establecen. La sensación de soledad no es proporcional a la cantidad de gente que los rodea y con la que se interactúa, sino que guarda relación con el nivel de afecto, intimidad y confianza de dichas relaciones. 3.- Las buenas relaciones no solo benefician el ánimo, sino que también protegen los cuerpos y particularmente los cerebros. Quienes se sentían apoyados por las personas cercanas a ellos mantuvieron mejores niveles de salud físicas y sus funciones cognitivas, como la memoria, se deterioraron en un grado  menor a la de aquellos que no sentían confianza, ni apoyo por parte de su entorno social más próximo. Hoy la ciencia ha comenzado a desmentir las imágenes ilusorias que los bombardean a diario por medio de la publicidad y los medios masivos. Al observar en retrospectiva, con objetividad y detalle el transcurrir de las vidas de 724 hombres, los científicos determinaron que no son las riquezas, la belleza o la fama factores realmente relevantes para vivir una vida plena, saludable y longeva, sino que son las buenas relaciones humanas y el nivel de satisfacción que tenemos respecto a estas, los predictores más exactos de qué tan felices, saludables y largas serán nuestras vidas. (I)