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La muerte significaría un paso hacia otra vida

La vida y la muerte, muchas realidades y muchas creencias

Desde las civilizaciones más antiguas la muerte juega un papel preponderante en la vida de las personas. Cortesía www.pixabay.com
Desde las civilizaciones más antiguas la muerte juega un papel preponderante en la vida de las personas. Cortesía www.pixabay.com
08 de noviembre de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

La sabiduría popular nos dice que no hay nada seguro en la vida, sin embargo, si hay algo de lo que podemos tener certeza es que esta vida algún día culminará. La muerte es el destino ineludible al cual todo ser vivo debe enfrentarse tarde o temprano pero, a pesar de eso, es un tema que en nuestra sociedad tratamos de evitar, un hecho que habitualmente preferimos mantener alejado de nuestros pensamientos.

Fue el escritor austriaco Stefan Zweig quien escribió que “No basta con pensar en la muerte, sino que se la debe tener siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre”. Así pues, más allá de los resquemores culturales que han transformado a la muerte en un tema tabú y, a pesar de los temores que nos pueda suscitar a nivel personal, en vista de que la tan misteriosa muerte es parte inevitable de la vida, bien valdría la pena tratar de observarla y poder reflexionar en torno a ella.

A lo largo de la historia las diversas culturas alrededor del mundo se han preguntado acerca de la muerte, cuál es el sentido de la misma y qué sucede con la conciencia de la persona después de que la vida se extingue de su cuerpo, llegando, frente a estos interrogantes, a una gran cantidad de respuestas distintas.

En la sociedad moderna, las corrientes racionalistas dan lugar al pensamiento materialista y a la idea de que el mundo físico es lo único que existe. Sin embargo, un hilo conductor que es factor común dentro de las cosmovisiones de prácticamente todas las sociedades anteriores ha sido la creencia de que existe alguna forma de vida después de la muerte, es decir, que existe un alma o espíritu que trasciende la muerte corpórea, y que esa alma o espíritu es en realidad el portador de la conciencia del individuo.

Desde las civilizaciones más antiguas de las que se tiene registro, la muerte y la construcción cultural que se ha hecho de esta han jugado un papel preponderante en la vida de las personas, afectando su actuar, sus relaciones, su religiosidad y rituales, e incluso, en el caso del antiguo Egipto, tuvieron una enorme influencia en el desarrollo de su arquitectura, dando lugar a monumentos mortuorios que representaron enormes avances en el campo de la ingeniería, dado que la construcción de las grandes pirámides, tanto en su diseño y tamaño, así como en su disposición espacial, respondió fundamentalmente a las necesidades que, según la cosmología de sus líderes espirituales, tendrían las almas de los faraones en su viaje hacia la tierra de los muertos.

Dentro de la tradición judeocristiana se plantea que antes de existir la vida tal como la conocemos (mortal), la vida del hombre consistía en una eterna estancia en el paraíso, hasta que, debido al pecado original, Dios castiga al hombre desterrándolo del paraíso y condenándolo a experimentar el sufrimiento y la muerte. No obstante, la muerte no significaría el fin de la vida, sino un paso hacia otra vida, que puede implicar un castigo o un premio dependiendo del actuar de la persona en su vida terrenal. Bajo esta mirada la vida humana sería un peregrinar cuyo destino es la Vida Eterna, la cual, sin embargo, estaría reservada únicamente para quienes se hagan merecedores de ella. Quienes no llegasen a expiar sus pecados en esta vida se encontrarían con el sufrimiento eterno llegado el día del juicio final.

Una antigua creencia oriental respecto a la muerte, que está presente tanto en la tradición budista como en la hinduista, es la creencia en la reencarnación, la cual señala que después de la muerte de un individuo el alma de este, tras un cierto proceso de desprendimiento y desintegración respecto a la vida que está dejando, ‘transmigra’ a un nuevo cuerpo en gestación, reencarnándose al momento del nacimiento. Dentro de estas cosmovisiones todo evento estaría regido por el karma, que es la ley de causa y efecto que actúa sobre todo lo existente, pero que a diferencia de la ley física de causalidad englobaría también al alma o conciencia, de modo que no solo las acciones, sino también los pensamientos y emociones de una persona determinarían la cualidad y características de su siguiente reencarnación. Este proceso de reencarnación tendría como finalidad el despertar espiritual del alma, que habiendo pasado por infinidad de vivencias tomaría conciencia de la naturaleza ilusoria del mundo que construye en su mente y de la naturaleza transitoria del mundo exterior, logrando de esta manera desprenderse de todos los aspectos negativos al llevar a su conciencia a trascender los límites de su yo temporal o ego, y cerrando así el círculo de sufrimiento al que estaba atado.

Sin duda, al abordar el tema de la muerte resulta casi imposible dejar las creencias de lado. Incluso aquellas personas que, amparadas en el racionalismo, afirman que la muerte –que se define en términos médicos como el cese de las funciones vitales- implica el fin de la existencia del ser, asumen una postura filosófica que sostiene la creencia de que solo lo que puede ser cuantificado y mesurado es real y que, por lo tanto, la actividad del cerebro –en cuanto fenómeno observable por la ciencia actual- es la única responsable de que exista lo que llamamos conciencia.

Las formas de vida de los grupos y de los individuos están marcadas por su mirada de lo que es la realidad. Como plantea el teorema de Thomas, “si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”. Podríamos preguntarnos qué aspectos de nuestras creencias profundas respecto a la muerte marcan nuestra vida, consciente e inconscientemente; preguntarnos si la concepción culposa de la muerte que deviene del pensamiento judeocristiano afecta a la integridad de la personalidad y a su sentido de autoestima, o si la visión de la muerte derivada del paradigma científico moderno marca de alguna manera el estilo de vida de las sociedades contemporáneas, en las que la inmediatez da la pauta para ritmos de vida compulsivos y depredadores, y en las cuales la mayor preocupación está puesta en la posesión y consumo de bienes materiales. Quizá, desprovistos de un marco filosófico que otorgue un sentido trascendente a la existencia, la búsqueda egoísta de placer y satisfacción personal sea el único consuelo que le queda al individuo frente a la realidad de su mortalidad. Tal vez lo más importante dentro de la interpretación que se hace de la muerte sea el efecto que estas creencias tienen en el sentido que las personas le dan a sus vidas, y en general a toda la existencia.

Ya sea que este fenómeno de la vida sea un casual destello fugaz de conciencia destinado a apagarse para siempre en medio de un universo inerte, mecánico, sin sentido ni intencionalidad alguna; o sea que tenga un sentido espiritual, que provenga de una fuente divina y trascienda como conciencia a los límites del cuerpo mortal, la vida es sin duda un hecho extraordinario que debería hacernos sentir afortunados por el hecho de estar vivos y por poder experimentar la increíble capacidad que tiene el ser humano de comprender el universo, de amar y de participar en la creación de su realidad, tanto exterior como interior. (O)

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