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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Zika, aborto e izquierda

02 de febrero de 2016

Desde hace algunas semanas, el continente latinoamericano está afrontando un problema inesperado. El brote del virus del zika en Brasil y su rápida expansión en Centro y Sudamérica están poniendo en aprietos a las autoridades públicas y sembrando el pánico entre las mujeres embarazadas y sus familias.

Difundido principalmente por la picadura de mosquitos, el zika es un virus que genera una infección relativamente inocua en los seres humanos. Incluso, apenas una persona sobre cuatro desarrolla sus síntomas, parecidos a los del dengue. A raíz de la masiva epidemia ocurrida en Brasil, sin embargo, se ha registrado un incremento exponencial de casos de microcefalias en los fetos, sugiriendo la posibilidad de una relación entre el virus y esas malformaciones. La microcefalia es un trastorno neurológico por el cual la circunferencia de la cabeza es más pequeña que el promedio. Aunque los efectivos impedimentos causados por la malformación varían de caso en caso, las primeras evidencias parecerían demostrar que, cuando el causante es el virus del zika, el impacto sobre el naciente es particularmente grave.

Las madres que barajan la posibilidad de no concluir la gestación ante una situación tan ardua tienen muy poco tiempo a disposición para tomar su decisión. Eso es porque la microcefalia es detectable recién alrededor de la semana 24, que corresponde también -en casi todo el mundo- al límite máximo para llevar a cabo el aborto. Sin embargo, una prueba de sangre puede revelar mucho antes si la madre embarazada ha contraído el virus. Pero eso no conlleva necesariamente que el feto haya sido perjudicado.

No es sobre el dilema ético que quisiera detenerme, sino sobre el hecho de que la reacción humana de muchas madres -nos guste o menos- va a ser la de querer terminar el embarazo. No hay ley o castigo que desanime la intención de evitar para ellas mismas y su prole una vida tan atribulada. La verdadera cuestión a considerarse aquí, por lo tanto, es que, si la epidemia se extiende, serán muchísimas las madres que buscarán todas las maneras para abortar.

Imaginémonos entonces: por un lado, millares de madres contagiadas por el zika con el cronómetro encima para terminar su gestación. Por el otro, dos posibilidades: un Estado amigo que tiene interés en tutelar su salud y pone a disposición estructuras para hacerlo en condiciones de seguridad, o un Estado confesional que las obliga a acudir a clínicas asotanadas en condiciones higiénico-sanitarias precarias: o sea, prácticamente como enviarlas al matadero. Las pobres, claro; porque las ricas se la bandearán fácilmente.

Ya que el aborto sigue siendo ilegal en gran parte del continente, el zika se podría así transformar en un problema de salud pública doble. Pero también tendría otro efecto: pondría definitivamente al desnudo las contradicciones de los gobiernos de la izquierda latinoamericana (todos, excepto el uruguayo) que tras años en el poder no han querido saldar sus cuentas con lo que es una básica cuestión de reivindicación femenina y de clase a la vez. En Ecuador, además, donde la ministra de Salud Guevara ha hecho un llamado a postergar los embarazos en un país donde rige una educación sexual basada en la abstinencia, el zika podría convertir lo que hasta ahora ha sido una farsa en una verdadera tragedia. (O)

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