Publicidad

Ecuador, 22 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Rosalía Arteaga Serrano

"Yo solo quiero volver a casa"

29 de marzo de 2022

Como muchos a lo largo de estas últimas semanas, desde que empezó la invasión rusa a Ucrania, he estado siguiendo a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, lo que ocurre en ese desagarrado país, el drama de millones de personas que han visto alteradas sus vidas, destrozado su entorno familiar y profesional y con un futuro que no se atreven a avizorar en frente de sus miradas.

 

He seguido las incidencias y los testimonios de las personas, que, de la noche a la mañana sintieron que los techos de sus casas se les caían literalmente sobre sus cabezas, que el devenir de sus vidas en medio del ajetreo de las ciudades quedó alterado para siempre y el dolor se refleja en sus rostros, en sus silencios, en sus historias.

 

Quienes no hemos pasado por esas dantescas situaciones, casi que no podemos ni imaginar lo que ocurre cuando las bombas y los misiles estallan y tienen que correr en busca de refugio, con los niños en los brazos, sin tiempo para recoger lo que les es más preciado, dejando atrás los testimonios de toda una vida, los recuerdos familiares, las fotografías, los objetos que simbolizan momentos importantes, la seguridad de sus hogares que lo representaban todo.

 

Y los que deciden salir del país, en transportes precarios, a pie, sufriendo mil vicisitudes, sin comprender por qué se vieron en medio de una guerra no buscada, en medio de peligros de todo tipo, empezando viajes que no saben cómo van a terminar, adoptando la situación de refugiados en los países vecinos que los acogen con simpatía y cariño, pero que no pueden llenar el vacío que sienten los corazones que se estrujan de miedo y de desesperanza.

 

Así lucen los ucranianos, atónitos ante lo que les sobrevino, teniendo que vivir de la caridad o la beneficencia de los ciudadanos de los países limítrofes, o inclusive buscando un destino en lugares aún más alejados, comiendo unos alimentos que les saben a lágrimas, llorando por los familiares y amigos muertos en esta guerra absurda, angustiados por las vidas perdidas.

 

Seguro que en sus mentes y sus corazones lo único que quieren es regresar a sus casas, a su vida de antes de la invasión, a sus trabajos e inquietudes cuotidianas, a la paz que es tan preciada y se ha vuelto imposible.

Contenido externo patrocinado