El problema es lo grotesco del espectáculo. Y la recurrencia de este. Por lo menos, siempre hay algo sobre qué escribir. Desde pensar que las nociones del “voyou profanateur” del siglo XIX francés siguen siendo motivo para detener la caravana presidencial, pasando por el hecho de que el Presidente, que dice defender la honra del cargo, responda a sus instintos más primarios ante cada insulto (consecuencia propia del cargo), hasta pensar que estas divagaciones tienen algo que ver con la explotación del Yasuní-ITT.
Es el leitmotiv de oponerse por oponerse, una manera de hacer política, pero de la cual es difícil extraer algún tipo de congruencia. No es que no podamos protestar si no hemos donado a la causa del Yasuní, o que hay una precondición de ser un ambientalista coherente. Es que todos sabían del estado del proyecto del Yasuní, y nadie parecía inmutarse, ni ningún colectivo movilizarse, ni había furiosos twitteros manifestándose o mostrando su indignación. No dudo de la abstemia radical de Jaime Guevara (como en este punto nadie lo hace, ni el mayor Montenegro), lo que dudo es que alguien en Ecuavisa, por ejemplo, haya alguna vez tenido en cuenta su opinión para las otras causas sociales que Jaime Guevara ha apoyado. O que compartan en algo su ideología más que las ganas de hacerle la mala seña al Presidente, únicos avatares por los cuales han mostrado interés por sacarlo al aire.
Podemos rasgarnos las vestiduras por el Yasuní, pero también hagamos el mea culpa sobre nuestro afán o rezago cultural por la noveleríaParece que estamos en un punto donde el hilo movilizador es todo aquello en contra de Correa, estén o no de acuerdo con lo que están manifestando o tengan idea alguna de lo que esto significa. Es decir, tanta duda como la que puede generar el régimen sobre sus intenciones desde un inicio con el Yasuní, habrá que pensar dos veces sobre las intenciones de los recientemente descubiertos ecologistas hardcore y lo que estamos dispuestos a aceptar como una posición que nos pueda representar. Descorazonando, además, cualquier intención de solidaridad, o de activa militancia, cuando en el mismo saco entran Dios y el diablo, deslegitimando la irreverencia y la protesta contra el poder, y permitiendo al propio poder desviar el debate, mientras el espíritu de protesta comienza a abarcar demasiados temas. Podemos rasgarnos las vestiduras por la explotación del Yasuní, acción totalmente válida, pero también hagamos el mea culpa sobre nuestra pasividad ante el proceso y nuestro afán o rezago cultural por la novelería.
¿Cuál será la próxima causa justa donde se aglomerarán twitteros y banqueros, blogueros y abogados, anarquistas y periodistas, políticos y ecologistas, académicos y artistas, los ultras y los moderados? Es difícil encontrar coherencia, alguna línea discernible dentro de la congruencia ideológica, cuando las alianzas, y el interés periodístico, las determina el ciclo mediático.