Quemar el monigote que representa el año viejo es una tradición ecuatoriana simbólicamente potente. Mientras miramos cómo el fuego extingue el muñeco del año que concluye, recordamos los hechos negativos que ocurrieron en nuestras vidas y nos prometemos hacer todo a nuestro alcance para evitar que se repitan el año que inicia. Por ventaja, paralelamente también recordamos los logros del año que fenece y eso nos insufla energía que, mal que bien, nos proyecta con algunos buenos propósitos.
El despliegue de juegos pirotécnicos es generalizado en varias partes del mundo, pero ese muñeco de año viejo que antes se confeccionaba en casa y ahora lo encontramos en el mercado, es una tradición vívidamente ecuatoriana. Los viejos caseros representan algún miembro de la familia que ha hecho un mérito especial durante el año, en los lugares de trabajo se quema a algún compañero, mientras la performance para el concurso de años viejos del barrio o de algún gremio, generalmente se basa en temas políticos o de farándula –¿acaso son muy distintos?- que han causado impacto. Ambos utilizan la ironía, la sátira y el buen humor para hacer una verdadera fiesta. Si a esto le sumamos el testamento, que privilegia ya no la representación visual sino el uso del lenguaje con doble sentido; el despliegue de ‘viudas’ -hombres que se travisten- que lloran inconsolables mientras piden unas monedas; la puesta en escena de la quema del año viejo se convierte en un ceremonial completo de la cultura popular ecuatoriana.
La tradición de los años viejos tiene, al parecer, una larga historia, desde las antiguas culturas paganas europeas, que luego se habrían afincado en España, y que en América se fusionaron con tradiciones nativas. El país que íntegramente celebra con este rito es sin duda Ecuador, pero también el sur de México, así como una región de Colombia, y parcialmente Perú, Venezuela, Uruguay, Chile, Argentina.
La tradición de la ‘quema’ está arraigada en la cultura de forma ancestral. El uso del fuego como rito de purificación es antiguo e implica al ser humano enfrentándose a una renovación y transición entre lo viejo que muere y lo nuevo que nace (Eliade, 2005). Para Andrade (2010), la práctica de los años viejos constituye la única forma de vandalismo legitimado por la sociedad ecuatoriana. En mi opinión, no como una conclusión de un trabajo de investigación sistemático sino, más bien, como experiencia vivencial, la costumbre del año viejo supone una gran catarsis de nuestra cultura popular.
Este año tuve la alegría de quemar el año viejo en mi querida Cuenca. Aquí, los muñecos no son tan sofisticados como en otras partes del país -sobre todo en la Costa-, son de elaboración artesanal y están cada vez más popularizados, tanto que hasta los ‘gringos’ que habitan en estas tierras morlacas se han contagiado de este ritual cargado de tanto simbolismo.