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El Telégrafo

¿Y ahora de qué movimiento indígena hablamos?

11 de noviembre de 2012

Han pasado 20 años. En 1992 hubo una eclosión y una revelación: el movimiento indígena asumía su destino y definía la agenda política del Ecuador desde su propias visiones, con una organización construida por varias décadas y ante todas las adversidades.

Es más, con el levantamiento de ese año hubo un “divorcio” con esa izquierda que no entendió el rol de los campesinos ni de los indígenas en el proceso de transformación del Ecuador.

Y toda la década de los noventas estuvo marcada por lo que hacía o dejaba de hacer el movimiento indígena. Incluso en las famosas caídas presidenciales tuvo un peso gravitante, aunque no definiera lo que hacían los presidentes elegidos o impuestos. A la vez, fue una década donde el punto más intenso ocurrió en la Constituyente de 1998, sin que transformara radicalmente su situación y por supuesto su proyección política, como si lo planteó la Carta Constitucional de 2008.

Una aclaración previa: no hablamos de  un movimiento homogéneo. La Conaie como la mayor organización no es la única ni es ahora la que mejor expresa todo lo que ocurre al interior de las comunidades y de las mismas organizaciones filiales. La FEI, la Fenocin y la Feine, entre las principales, sin desconocer a las que movilizan a los campesinos de la Costa, le dieron también su sentido diverso a la proclama de la plurinacionalidad e interculturalidad, con matices muy concretos y expresiones bastante incomprensibles para el mundo mestizo.

Por eso, el devenir del movimiento indígena ha sido también complejo y lleno de contradicciones políticas. Las disputas, por ejemplo, para definir las direcciones nacionales han mostrado las diversas visiones entre los indígenas amazónicos, serranos del centro, norte y sur, además de las nuevas directivas y entidades de Esmeraldas, Santo Domingo de los Tsáchilas, Guayas y Manabí.

Pero desde hace diez años el movimiento indígena entró en una crisis de la que no sale ni tampoco encuentra respuesta. Su principal rasgo es jugar el doble rol político: representar a sus comunidades y levantar sus demandas desde una condición corporativa y al mismo tiempo entrar a la disputa de poder desde el campo electoral bajo las mismas lógicas de la democracia representativa y no necesariamente desde y hacia un nuevo modelo y paradigma político.

Desde hace diez años evidencia un rasgo que no era previsible para el entendimiento común ni mucho menos para los analistas: el surgimiento de sectores empresariales y políticos de derecha en el campo indígena. Y sus principales figuras han trabajado con cierta cautela a favor de un modo de concebir la política y hasta la gestión pública y privada dentro de un capitalismo cada vez más “incluyente”, pero incluyente de todas las formas de acumulación, a favor de la consolidación de grupos de poder que cuestionan y no aceptan otra sociedad más justa, equitativa y mucho menos socialista.

¿Dónde están las expresiones orgánicas de esa “derecha indígena”? ¿En el mismo interior del movimiento indígena y sus organizaciones? ¿Se están expresando y manifestando en algunos candidatos de ayer y de ahora? ¿O están ocultas en partidos, gremios, corporaciones y medios?

Por ahora solo hay pocos indicios. Incluso, todavía no podemos garantizar que tenga una expresión política orgánica, pero al parecer va creciendo al mismo tiempo que algunos de sus representantes tienen buenos negocios, cooperativas, empresas. Y también con la presencia de ciertos candidatos que ya no solo expresan sus visiones en sus formas de vestir, sino en postulados y hasta propuestas que dialogan “amablemente” con las concepciones liberales más recalcitrantes y que apuntan a consolidar el peor capitalismo posible.

De ahí que estas elecciones son solo un indicio de lo que está pasando en el movimiento indígena en general. En otras palabras: ha crecido, diversificado y complejizado. Pero también hay una fortaleza que no se discute: ese apego profundo a la naturaleza, con todo lo polémico que es. Y muchos dirigentes indígenas se sostienen en esa visión del mundo, apegados a la Pacha Mama como su mayor bandera. Desde ahí se han generado muchos debates y polémicas, que no tienen una sola expresión.

Quizá lo más saludable sería reivindicar la diversidad que el propio movimiento indígena gestó en la conciencia nacional. Para entender que el mismo movimiento indígena requiere una autoevaluación crítica, con una profunda necesidad de descolonizar muchas mentes y mentalidades para no hacer que lo andino  sea un fundamentalismo sino una cobija política  incluyente y  potente .

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